Hay veces

Hay veces...

En que mi cuaderno me jala hacia una esquina de mi casa, la más lejana, y despacito me dice que escriba unas cuantas letras en una de sus hojas blancas. 

Entonces, yo le escucho y una ternura infinita se apodera de todo mi cuerpo.

Después de que pasa un breve momento, lo veo, lo abrazo, lo abro y hojeándolo me voy hasta la última página que apenas escribí la semana pasada, sabiendo que la que le sigue, efectivamente, es una hoja blanca. Aunque en realidad no es blanca, lo que se entiende por blanca, sino un poco sepia, tirándole a color hueso. Yo no hago más comentarios sobre el color específico de la hoja, porque eso es lo que menos importa, como tampoco digo algo sobre el instrumento que uso para escribir palabras y letras solas como la vocales, la n, o la y griega; porque si es un lápiz con punta afilada o punta chata, lo que también se podría llamar roma, o una pluma de punto fino que son las que más me gustan, sobre todo si tienen un color rojo intenso y que no escriben como pluma fuente sino como si fuera un pincelito fino, o ya de perdida una pluma de bolita en la punta que tienen más bien un trazo grueso pero firme; me va bien, me queda... Lo importante es que algo, algo quede grabado en mi hoja blanca.

Pero mejor no me hago bolas en la herramienta que toma mi mano para dejar salir palabras y letras que salen de algún lugar de mi cabeza, de esos millones de conexiones o de células que por sí solas piensan, y le hago caso a mi cuaderno y espero a que me llegue una idea buena que pronto pueda publicar en mi blog público para que alguien despistado un día la lea a sabiendas que nunca dejará un comentario que diga tu prosa es buena, pero no tiene sustancia; o tiene sustancia... pero no es buena. Porque al fin y al cabo las gentes hoy en día prefieren leer frases cortas y ver esos tik toks de escritores famosos que nos enseñan la ruta que debe seguir nuestra vida y nos ilustran sobre lo que ellos creen que es literatura; porque quienes los publican y los ponen en las teles chiquitas que ahora se llaman tablets o celulares nos creen unos idiotas que pasan horas y horas viendo esas secuencias que brincan de un viaje a la luna o a otra galaxia para meterse luego al mar y ver como los pulpos cambian de color dependiendo de la piedra, alga o arena que esté cerca.

Entonces, pienso... de qué escribo, si hoy no tengo ideas propias, porque precisamente me pasé unas ocho o diez horas sin cenar y sin dormir viendo una infinidad de tik toks interminables; y no paré hasta darme cuenta que el tik tok 11,295 ya se había repetido quince veces, además de que lo había visto otras cinco hace como veinte días.

Por eso mejor borré todo lo escrito, porque si bien es cierto que mi mano cuando escribe lo hace bien, no se da cuenta que todo lo que dejo en esa hoja blanca, o sepia, no tiene coherencia alguna, lo que se dice ni pies ni cabeza.

Pero en realidad si la tiene... porque por esa falta de coherencia o de lucidez es que yo perdí unas preciosas horas de mi vida que me hubieran servido para ir a caminar una ladera, para irme a tomar un cafecito en la cafetería bonita que queda en el parque de la colonia vecina cerca de la iglesia, para ir a ver chicas guapas pasar en ese mismo parque, creyéndose unas divas, o de plano para leer por enésima vez El Principito en su idioma original... Y no quedarme como bruto por horas viendo esos tik toks simplistas que creí que me ilustraban, que me ponían una pizca más de cultura o de la educación que nunca tuve, o que tuve pero no tomé, cuando en realidad tiraron mi vida por un hoyo, bonito, cálido, eso sí, lleno de imágenes e imágenes de colores.


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