Por ahí andan diciendo que estoy loco...

 Lo dicen porque mesclo la magnesia con las magnolias o porque ya olvidé cómo se conjugan las palabras sensatas y que escribo o digo puras pende&%/* o también que mis comentarios están totalmente fuera de lugar...

Que si me preguntan si me gusta el café yo respondo que me va bien la primavera y que la siguiente iré a esquiar al Sahara aunque no haya nieve... Y cosas por el estilo, además de que ya me baño cada semana y no como lo hacía el año pasado que era un ritual de cada mañana, hasta que un día dejo de tener sentido y si mucha lógica, al ver el tiempo que me ahorraba, ya que me dije: Pues si siempre estoy dentro de mi casa leyendo o escribiendo es lógico que no me ensucie y también es lógico que no necesite cambiar mi camisa ni mi ropa, así que ahora por las mañanas me paso un trapo mojado por el cuerpo para ahorrarme litros y litros de agua y también me pongo una camiseta y trouser limpios (por si las dudas), y con eso ya estoy listo.

Después de un magro desayuno (porque ahí también vi las ventajas de un sustancial ahorro, de pasos a la tienda y de lana) vengo a la sala y tomo el libro que está en trance de terminarlo, que a veces son dos, como es ahora el caso de la Sagrada Biblia y La Cueva de Saramago, donde deducí que el primero tiene tantas mentiras como tú quieras creer y que si las crees puedes encontrar la paz y la tranquilidad que necesita tu alma, pero se necesita no pensar; y el segundo esconde tantas locuras que se desparraman entre las páginas, pero que hay que saberlas descubrir porque Saramago estaba menos cuerdo que yo y te envolvía en dialogos sin puntos y sin comas que cuando te dabas cuenta ya era demasiado tarde y te había engatusado como si tú no supieras escribir.

Pero no crean que me aflije el que digan a voz alta que estoy medio loco o loco completo, porque eso ya me lo sospechaba desde hace varios años, sólo que antes me parecía que oía susurros, indirectas. Lo que los demás no saben es que cada mañana yo disfruto como nadie meterme en esas historias de los libros, de Adán, de Eva, del Rey Salomón, y envidiar sus ciento y tantas concubinas o amantes y todas las joyas que él tenía, o tirar por locos los personajes o personas de La Cueva por ingenuos y por tontos y por recordarnos palabras que ya no existen que según ellos todavía guardan unas nostalgías y melancolías desarmadoras... Para entonces, con más cartuchos en mi escopeta de escritura, ponerme a escribir páginas y páginas enteras de cuentos, poemas o novelas, con una exquisitez tal que termino llorando a grito abierto aunque despierte a los perros de la cuadra a las tres de la mañana.

Y sí. Así soy feliz, porque no existe la definición de felicidad, y esa yo la entiendo como el estado ese en que el alma goza y peca, aunque sean pecados ficticios, valiéndole madres lo que pienses los familiares o los vecinos, que si ya oficialmente voy a ser loco, quiero ser un loco contento.

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