Bruma
Hoy amaneció con bruma. Pareciera que habitaba en una ciudad fantasma. Los árboles apenas dejaban entrever sus siluetas y el viento se había recogido más allá de las montañas. Salí a caminar por la avenida avanzando lentamente en dirección contraria a la de la brisa, con un andar pesado como si calzara zapatos de plomo, o con adhesivo. Despegar un pie del suelo, levantarlo, avanzar y dejarlo caer para plantarlo otra vez en el pavimento, era una verdadera proeza; además de que la gabardina y el suéter abajo, parecieran haber estado hechos de otro material diferente a la piel o al algodón, porque la niebla traía consigo un ligero rocío que se adhería a la gabardina, al sweater, al gorro; como si éstos la atrajeran irremediablemente. Fue una caminata de horas, deambulando por las calles vecinas a la playa. El mar pasaba desapercibido al cruzar por las bocacalles; perdido, o escondido, quizá, entre ese vapor frío, denso, grisáceo, al que se parece la bruma. En la parte más lejana de