Carta a un Perdedor
Pues, sí mi estimado amigo. Asumámoslo de una buena
vez. A todas luces se ve, se nota, que eres definitivamente un... Per-de-dor. Sí,
así como suena, con todas sus letras.
Pero no te aflijas ni te abandones o te deprimas;
que no eres el único. Hay miles, quizás millones en este país; y en el mundo
hay muchos más. Así que no estás solo ni solito. No dice pues el refrán: Mal de
muchos, consuelo de tontos.
Pero en este caso, yo añadiría: consuelo de
desobligados, de valemadristas, de irresponsables, de perezosos y de indolentes.
Porque mira que dejar de militar en la filas de los perdedores no es algo fácil,
en realidad es una ardua tarea; en la que si te aplicas, los resultados no se
dan de un día para el otro, ni de la noche a la mañana, sino poco a poco; tanto
que, si no lo haces de manera decidida, te diré que ni siquiera se perciben; y
sólo pasarás del montón de perdedores a las filas de los mediocres, de
esos que disfrutan de una agradable medianía y que ya llevan también una buena
dosis de perdedores.
Pero deja. Analicemos tu caso a detalle, como si
fuera una disección de un animal exótico.
Primero. Seguro recuerdas que desde niño hacías
unos mega berrinches si no te daban lo que querías. Te sorrajabas al suelo,
pataleabas, gritabas; hasta que fuiste moldeando a tus padres a tu forma y a tu
modo; y claro que ellos lo permitieron; de modo que en el kínder, la primaria y
en la secu todo lo obtuviste sin trabajo, sin esfuerzo y sin arrugarte la
playera, mucho menos sudarla.
¿Cómo para qué? Si todo lo que pedias, te lo daban. Y a esa actitud exigente se sumó tu irresponsabilidad, tu falta de ganas para cumplir lo que a derecho te tocaba: Asistir al colegio sin faltar a clases, haciendo todas las tareas de manera expedita e impecable, estudiar duro para los exámenes, hacer ejercicio con dedicación y ganas. Y mira que no te exigieron ser todo un atleta para ir a los estatales; tampoco te pidieron notas excelentes para terminar la secu con un diploma o figurar en el cuadro de honor de tu prepa o de tu uni, mucho menos graduarte Summa Cum Laude de tu carrera de abogado, de contador o de ingeniero; o de menos destacar en tu oficio de carpintero, de albañil, de plomero o de técnico en sistemas computacionales; porque tuviste la oportunidad de ser algo más que eso, pero la desaprovechaste. ¿O ya se te olvidó?
Y bueno, si ser mejor nadie te lo exigía, ¿Por qué
ibas a proponértelo tú como la gran meta de tu vida? Si lo fácil era asistir a
la escuela de vez en cuando, pasar con ayuda de tus cuates los exámenes; o
mejor, abandonar los estudios; porque ¡Carajo! Cómo cansaba estudiar y estar
todas las horas encerrado dentro de un salón de clase. Así que preferiste escaparte de
las aulas de vez en diario, matar la clase de filosofía o la de mate, porque,
simplemente... No te latían; para irte de pinta a vagar por las calles a mirar
aparadores o irte de “Chupe” con tus cuates. Además, necesitabas tiempo para
echar desmadre, para irte de borracho y regresar a casa hasta que volvía
amanecer de nuevo, lo que se volvió una costumbre recurrente.
Déjame decirte que no todo fue culpa tuya —ya lo
dije—, tus queridos progenitores también pusieron sus carretadas de arena al
permitirte desde pequeño que hicieras lo que te diera la gana, y luego tolerar tu falta de ganas, de entusiasmo, porque eras el más pequeño, el
preferido, la niña de la casa; de modo que cuando quisieron aplicar mano dura...
Sorry, ya era demasiado tarde; y se tuvieron que conformar y decirse
sorprendidos, de cómo el cielo les había dado uns hija, un hijoa, tan
malagradecido.
Así que tú ibas de mal en peor, tanto que con el tiempo
dejó de interesarte tu aspecto personal y te daba igual ponerte la ropa un poco
sucia, porque tu mamá, la pobrecita, no se dio tiempo en la semana para lavarla
y plancharla, a pesar de que te molestaste seriamente con ella; y todo porque
precisamente en esos días anduvo corriendo de un lado a otro para ganarse unos
pesos que mucho hacían falta en la casa para mantener a tremendo holgazán y a sus
tan especiales hobbies.
Pero mira que en otras épocas de tu vida siempre
hubo atenuantes, pues ser perdedor a los dieciséis, a los veinte a los
veinticuatro; no se nota... Si no te fijas. De modo que pocos se dieron cuenta,
y a muchos les pasó completamente desapercibido, sobre todo aquellos a los que
no les importabas. Eso sí, algunos celebraron con bombos y platillos tu
indolencia y tu falta tu irresponsabilidad; porque así pasabas a ser parte de
su manada; perdón, de su grupo de atrevidos, y les quedaba tiempo de sobra para
perderlo en nada.
También de seguro recuerdas todos esos “prestamos”
que quienes te estimábamos te dimos en honor a la palabra, con la promesa reiterada
tuya, de que pronto los veríamos de regreso —cuestión de algunos días—; días
que por cierto no han llegado. Y que a pesar de una primera oportunidad, te
dimos unas cuantas más, hasta que se acabó la reserva de confianza que en ti
teníamos. ¿Qué si nos dolió? Sí, mucho; porque no solamente fueron esos
préstamos, porque el dinero va y viene, pero la esperanza y la confianza no; y
nos entristeció ver cómo te ibas hundiendo, y como estabas cavando la fosa
donde quedó enterrado el cariño, el amor y la confianza que por ti tuvimos.
Ya no se diga que te retrasaste con el pago de tu
renta, con el pago de la tenencia de tu maltrecho auto, y con otros compromisos
menores, porque se te olvidó que donde no hay esfuerzo no hay dinero. Y si bien
el dinero no hace la felicidad, mucho ayuda para no caer en desesperaciones, en
melancolías innecesarias o en tristezas recurrentes; y todo porque no
entendiste esa ecuación básica de la vida: Me organizo, me aplico, me esfuerzo,
obtengo, satisfago necesidades y trato de ser feliz.
Quizás no te has dado cuenta, pero ese “Status” de
perdedor ha tenido sus consecuencias inmediatas. Nunca has obtenido un ascenso por
méritos y si te das cuenta, te ocupan en labores nimias; porque a ti hasta
pensar te da trabajo, te da flojera; tampoco has encontrado una pareja “Echada
pa´delante”, o quizás sí, que para eso tienes esa labia de las palabras que tan
bien dominas para envolver a cualquiera, para excusarte, para poner pretextos
cuando lo que emprendes “No te resulta”, porque se nubló el cielo, porque hubo
un choque en la esquina o porque un perro se cruzó en tu camino. Y esa bonita
relación tampoco duró, porque pocas soportan estar con un perdedor; y porque el
amor no es compatible con el fracaso.
También déjame decirte que ser Perdedor es una
actitud; lo mismo que ser un Ganador. Se debe ser persistente en ambos casos. Paradójicamente,
ni el perdedor ni el ganador se dan realmente cuenta de que lo son, para ellos
simplemente es una actitud. ¿Y sabes? Cuando tú te des realmente cuenta que
eres un perdedor, probablemente sea demasiado tarde para enmendar o corregir,
porque tu “Modo de vida”, por desfortuna ya creó hábitos y echó raíces
profundas, un patrón de repeticiones voluntarias e involuntarias, que
corregirlas y mandarlas a la dirección opuesta es una tarea titánica que se
antoja imposible.
Ya para qué te digo que cuando te des cuenta, ya
estarás más cerca de la depresión y de la locura. Porque... ¿De dónde crees que
salen todos esos individuos locos y desubicados? Sí, muchas veces de ambientes pesados,
de drogas, de esas que escasamente ya has probado, de bandas de malvivientes,
de limitaciones extremas... Pero casi todos provienen de esa multitud de
perdedores que en el mundo existen.
Luego entonces no tiene caso y sería una pérdida de
tiempo, pedirte que mañana a las seis en punto te despiertes y te pongas bajo
la camisa una camiseta que diga “Soy exitoso”, “I´m a Winner” y que con
esa consigna te vayas a enfrentar las escaramuzas del día y a pelear las verdaderas
batallas de la vida; porque sería ingenuo mandarte a la guerra sin fusil y sin
el entrenamiento necesario.
Y mira que reconozco que eres un tipo inteligente y preparado, y hasta
pudiera decir práctico cuando quieres, y que cuando realmente te esfuerzas
obtienes lo que te propones... Pero algo te falta. No es amor ni es cariño.
Sólo es un cambio de switch, para que toda esa inteligencia y toda esa
preparación la enfoques en la dirección correcta.
Por ahora mi consejo más valioso es que dejes esos hábitos que te han hecho tanto daño, esos que te han colgado el letrero de “Perdedor” en el pecho y en la espalda. También deshazte de esos amigos que aún conservas. Perdedores a toda luz. Porque los amigos de las borracheras y de la juerga no son los amigos del trabajo y de las responsabilidades.
Luego entonces, por favor, ahora mismo date un baño
a conciencia y ponte una ropa limpia que te haga sentir nuevo. Enseguida preséntate ante el Sol o ante la luna o las estrellas. Y dite a ti mismo
de manera honesta y sincera:
“No quiero ser más un perdedor”.
“Hoy he nacido de nuevo”.
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Saludos desde Los Angeles, California… el año 2012 ….
ResponderBorrarPues si... El tiempo pasa, 2012, once años han pasado... De seguro ya no somos los mismos, ni corremos ni respiramos ni sentimos como antes. Sólo nos quedan las palabras como testigos.
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