Hitotada Ototake
No lo había notado, pero hoy al salir del baño me miré en el espejo. Vi que tenía dos pies y dos manos, fuertes y sanos. Hice un recuento: dedos, muñecas, brazos, codos, antebrazos. Y comencé otra vez: dedos, pies, tobillos, pantorrillas, rodillas, piernas. Moví mis cuatro extremidades desde el más simple y pequeño movimiento. Luego mi cerebro mandó una orden, y alcé el pie izquierdo… Luego el derecho. Me puse a marchar encima del tapete, sin ir a ningún lado. Parecía un ejercicio tonto. El estúpido de mí — pensé—, si alguien me viera creería que estaba loco de remate. Y a ese desfile añadí el balanceo acompasado de mis brazos. Feliz, m e pregunté entonces: ¿Soy guapo? Sólo añadí: ¡Y qué &%+$*# importa! Tengo un bonito cuerpo al que parece que todo le funciona de maravilla. Y por ese simple reconocimiento, agradecí a no sé quién que está por allá arriba, por acá abajo, a la naturaleza, a mis papás, o a mí mismo, que estuviera completo, y por qué no decirlo: Per-fec-to.