La mujer de negro
La mujer de negro –de pants negro opaco con una sudadera obscura con gorra, con letras de Hollister bordadas en un neón violeta–, viene por las noches a mi casa; tiene el pelo negro, de un negro profundo, le llega a la cintura; es alta y tiene una cara sombría, unas ojeras hondas le dan un aspecto que inspira un poco de miedo. Es muy seria y nunca habla, viene y se sienta por horas en mi sala. No es hermosa, pero es bella, de una belleza misteriosa, misteriosa como ella. Le ha agarrado gusto a mi sofá color hueso y a mi cojín azul a cuadros. Se recuesta en él y aprieta el cojín; no fuerte, suave, como si fuera un perro delicado. No me cuenta su vida, ni yo le digo detalles de la mía. Me limito a verla sentada o recostada un poco hacia la izquierda, aunque de vez en vez se para y va a la cocina a tomar agua. De seguro alguna vez en una página del internet encontró mis letras y se enamoró de ellas. Lo deduzco porque la segunda noche, en su celular se puso a leer uno de mis correos más