El Vehículo en que uno se transporta

Cuando yo conozco a alguien nuevo... Veo primero el vehículo en que se transporta.

Eso quiere decir algo muy fácil y muy simple —conste que no estoy hablando de su traqueteado Chevy ni de su impecable Maserati—. Sólo me refiero al estado de su físico en general y de su condición externa.

Hago primero —a distancia— un barrido completo de pies a cabeza. Observo la ropa que lleva puesta. Y no precisamente para inferir si es corriente, cara, o que corresponde al último grito de la moda, que eso también cuenta. Pero si, si está planchada, arrugada; limpia, descosida, rota, un poco sucia, o de plano, en franco desaseo.

Veo su cinturón, su camisa, pantalón; o blusa, vestido, falda. Me fijo en los mínimos detalles. Los botones, el doblado, la combinación, los colores; luego, accesorios: Reloj, pulsera, anillos, aretes, bisutería, cadenas —si los tiene—. Si no, no me formo un juicio. Sé que sólo son elementos que ayudan —o perjudican—, la apariencia general.

Escudriño un poco más. Puede ser que alcance a ver algo de su ropa íntima o de sus prendas interiores. Si es hombre: camiseta, calcetines. Si es mujer, aunque sea un tirante, un borde de top, un encaje que delate, la textura de las medias. También me fijo en sus zapatos. Si son viejos, si son nuevos, si están limpios, sucios, gastados, deshechos, bien cuidados o rechinando de pulidos.

Eso es algo de lo primero que observo.

Después lo, la desvisto poco a poco. Le quito con cuidado la camisa, la blusa, el pantalón, la falda —Claro que todo esto lo hago sin que ella, él, se dé cuenta—. Me sigo por un viaje desde pasadores a mascadas a zapatillas, desde corbata a zapatos tenis; hasta que termino de dejarlo en la mínima ropa interior; y al hacerlo lo, la voy girando con cuidado, poco a poco –como si fuera un trompo de tacos al pastor.

Veo su pelo, lo limpio, su color o tinte, su escasez o abundancia, su peinado, luego, el cuero cabelludo. Rasco un poco. “¡Qué pulcro es este cuate!” Me introduzco por sus oídos y veo el cuidado que de ellos tiene. Si sonríe alcanzaré a ver algo de su dentadura; si me fijo más, de sus encías. No. No es necesario. Aprovecho y checo. Si sus dientes y sus muelas son los, las de siempre, si fueron reparados, si están alineados, si brillan, si están incompletos, deteriorados; o caray, si le urge una visita al dentista para que meta lija, pinzas y martillo, y le dé un buen enjuague con Astringosol.

Sigo explorándolo, y bajo por su cuello. Reparo si es corto, alargado, si está bien definido; si tiene grasa en extremo, si hay papada. Tomo con ambas manos la quijada. Muevo la cabeza al frente, atrás, la giro hacia ambos lados. Deduzco el por qué, no o sí, se le puede manipular con facilidad.

Checo hombros, antebrazos, manos. Pellizco, jalo un poco sus llantitas, pico su ombligo. Analizo las líneas de las palmas de las manos. Veo pasados, adivino presentes, imagino oficios o empleos.

Me regreso y sigo hasta su pecho. Entonces, si es hombre, lógicamente anoto: Corpulento o musculoso; o endeble, flaco, enfermizo. Si es mujer pongo más cuidado. De los senos, revela mucho la forma, lo suave, lo turgente de ellos, y el conjunto que hacen con el cuerpo; incluyendo, por supuesto, la cintura y la cadera.

Me voy bajando y veo lo grueso de las piernas. Si son bonitas, si están bien delineadas, si hacen buen conjunto con la cintura y con el pecho; o si es un gordo, de ésos que de a tiro sacan toda el agua de la alberca; si es chica, si es frondosa, gordibuena, exuberante, o si está hecha un palo de verdad.

Obviamente las plantas de los pies dicen mucho; de la vida que han llevado, de las veredas caminadas, de los sitios visitados. Levanto una. Veo la forma, el cuidado, el arco, la textura. Paso suavemente el dedo índice por ella.

Como medida redundante del juicio que ya tengo. Veo el cuidado de la piel, si es de bebé rozagante y delicado o de anciano reseco y descuidado.

Por la forma del vientre, del conjunto con sus brazos, con las piernas; deduzco —a ojo de buen cubero—, el peso. Tomo medidas. Arriba, abajo. El 90, 60, 90, para féminas, mira que es bien escaso; y en algunos casos no es tan bueno y sano. Pero tampoco debe ser 48, 40, 50 que podría ser en extremo preocupante. Para ambos géneros un 140, 160, 180 kilogramos, sería terrible, desastroso. Entonces voy y checo en mi tabla de Doctor. Abscisa: Edad. Ordenada: Estatura. La comparo con el peso y con la edad, y saco mi conclusión parcial. Está en grave situación, en peligro este cuate, esta chava.

Sin que él, ella se dé cuenta, lo pongo, la pongo a balancear los brazos, acompasadamente. Uno adelante, el otro atrás. Luego a caminar. Levanta las rodillas, las dobla, hacia fuera y luego hacia adentro. Las junto, las giro hacia uno y otro lado; luego las abro, las cierro con un mismo ritmo, como si fuera Foxtrot. Entonces deduzco si le hace falta un poco de movimiento cada día. También sé reconocer al atleta amateur y al consumado, al que de vez en cuando se da sus escapadas al parque, o se echa una nadada ocasional.

Ya llevo un buen examen médico. Por ese examen médico deduzco —sin saber su nombre, sin saber cuánto ha estudiado—, si es un gran maestro o un aprendiz de todo, o cuanto ha hecho, y relaciono que su Curriculum Vite debe estar de acorde a lo que veo.

Le doy su ropa. Observo con que ritual o presura se la pone. Terminando empezamos a charlar.

Reviso todo lo que dice, lo que piensa, lo que ha hecho. ¡Ojo! Hay que estar alertas, los signos de educación y de cultura afloran en las primeras frases y en los primeros gestos. ¡Ah! Pero los de haber vivido en barriada, entre malhablados, ñeros y rufianes, son más obvios y te atropellan en la primera oportunidad. Entonces realmente verifico si unos o los otros concuerdan con la ficha que ya tengo.

Luego observo con detenimiento la expresión de su cara, su semblante. Busco marcas escondidas. Enojo, frustración, envidia, coraje; o, por el contrario: calma, paz, tranquilidad. Lo veo directo a los ojos. Analizo su mirada: pasiva, cansada, tranquila; o agresiva, fuerte, decidida.

Ahora analizo su carácter. Veo si no es maníaco depresivo, si no es un obsesionado, una obsesionada con el orden, con el sexo, si no es un cascarrabias o una amargada sin remedio, si no tiene fobias o esquizofrenias escondidas, si no es un presumido, una vanidosa declarada o un narciso consumado. Incluso lo macheo con su nombre, con su apellido. Pregunto por sus padres, por dónde vive, qué hace. Inquiero por sus hobbies desde niño, o chavala. Qué es para él, ella, su día a día.

Así voy llenando la ficha de trabajo. No me está pidiendo chamba —Aclaro—. Tampoco se la he ofrecido. Pero de todos modos quiero saber, con qué sujeto, con qué tipo; con qué especie de ser humano, estoy pasando, o malgastando, mi precioso tiempo.

Entonces el diagnostico general está casi concluido. Si es necesario, reviso. Vuelvo a mirar. O hago preguntas. Les doy menos puntos. El factor sorpresa se ha desvanecido.

Al fin de cuentas. Después de todo este psicoanálisis, de todo este cuadro de anatomía, de estado general, sólo llego a una hoja.

En el título dice:  Ser Humano.

Luego quedan en resumen sus características generales: Esbelto, delgada, gordo, medio gordo, de a tiro flaca; jovial, viejo, acabado; aspecto alegre, triste, descuidado, optimista, de cuidado, o depresivo.

En la parte de abajo. A mitad de página. Lo único que importa, para mí, es un cuadro. En él, si considero todo lo que he descrito, y si creo que es lo que corresponde; voy y pongo, sin remordimiento, sin pensarlo demasiado: Una cruz. Una tacha.

Por otro lado... Si es al contrario. Si considero que el sujeto se la ha ganado, que la tiene bien merecida. Entonces... Simplemente, voy y pongo...

 Una paloma

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 Releo por tercera vez: El Lenguaje del Cuerpo. Está disponible en El Péndulo, en La Casa del Libro, por $800 pesitos aprox, o en línea. Yo lo compré de usado en inglés como en $5 dólares, hace un chorro de años. Cada vez que lo leo reafirmo que es muy interesante; aunque todavía, no, no me he curado.

 El Lenguaje del Cuerpo. Del Dr. Alexander Lowen (Diciembre 23,1910-Octubre 28, 2008).

Una Guía al placer físico y psíquico. El Lenguaje del Cuerpo es la obra de arte psicológica que mostró cómo y por qué estaba fallando el análisis convencional. Es la chispa que encendió el movimiento hacia el lenguaje del cuerpo, como la clave, —y cura— para muchos problemas psicológicos.

Millones de Americanos se han convertido en víctimas de un medio ambiente tenso. En su batalla por sobrevivir han perdido sensibilidad y sensualidad. Han traicionado su cuerpo —y su cuerpo los ha traicionado—. El Dr. Alexander Lowen demuestra de manera brillante cómo el cuerpo es el espejo del carácter y puede actuar como la llave a los desórdenes emocionales.

 

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The Lenguage of the Body. Alexander Lowen. A Guide to physical and psychic joy.

The language of the Body is the psychological masterpiece that showed how and why conventional analysis was failing. And it’s the spark that ignited the movement toward body language as the key –and cure– for many psychological problems.

Millions of Americans have become victims of their tension-producing environment. They have lost sensibility and sensuality in the struggle for survival. They have betrayed their bodies —and their bodies are betraying them. Dr. Alexander Lowen brilliantly demonstrates how body is the mirror of character and can act as the clue to emotional disorders.

 

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Tristeza

Romperle su madre

en pedacitos

Es lo que quiero

hacerle a la tristeza

 

Rompérsela

de una vez por todas

para que le quede claro

que invadir mi cuerpo mi alma sin aviso

Me rompe, me desquebraja

 

Me desmadra

 

 

Te Amé

Te amé

por tus pechos

respingados

Por tus cejas

profundas

Por tu mirada

Lejana y perdida

 

Te amé

Poco y mucho

 

Te amé

En la pereza

y en la prisa

 

Al irnos a la cama

y al despertar

 

Cada día

 

 

       Kiss

Dame un beso triste

para acordarme de ti

Dámelo para saborear

los sinsabores del hoy

y los del mañana

 

Dame un beso triste

para olvidar

que una vez

Fui feliz

 

Contigo

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