Ermitaño. Sobre el matrimonio, sobre la compañía
La
tarde del domingo siguiente, Ying llegó evidentemente triste. Eli ‒en uno de
sus tantos viajes‒, había iniciado, hacía unos meses, un romance con una jovencita
que lo tenía trastornado; relación que ya se le estaba convirtiendo en un amor loco
y desesperado; lo que a Ying finalmente no le pasó desapercibido, pues de
pronto salía de improviso de la casa para ir a contestar una llamada; además de
que mostraba un recelo muy peculiar en el cuidado de su smartphone, seguro para
no dejar mensajes a la vista que pudieran delatarlo.
Ying
aguantó por unas semanas, lo que sumó un poco más de un mes. Sus sospechas aumentaron
cuando él, desde un viernes, salió de viaje para dictar unas conferencias en Denver,
sin darle detalles del tema o de la audiencia, como siempre lo hacía.
Cuando
Eli regresó de viaje, su trato fue un tanto indiferente, argumentando que la
agenda había estado muy cargada de reuniones y que además su vuelo se había
retrasado.
Mientras
Eli se daba un baño, Ying preparó algo ligero para cenar. Cuando terminaron, Ying
de manera civilizada le pidió que le explicara que estaba pasando. Le dijo que casi
estaba segura que tenía una relación con alguien.
Eli se
quedó callado por un instante. Puso su codo en la mesa, y recargando sobre sus
labios la palma cerrada de su mano derecha, volteó a ver hacia la puerta, y sin
mirarla directamente le confesó que existía una relación con alguien y que esa nueva
relación lo había sacado completamente de balance, que necesitaba un “Time
out” para recapacitar. Le pidió salir una temporada corta de la casa, para
pensar, para poner en orden sus ideas; y sin grandes aspavientos, sin dramas de
telenovela, Ying lo vio empacar una mínima parte de su ropa, su lap, y cruzar el
umbral; con la intuición de que ya no lo volvería a ver.
Carlos
al verla de inmediato adivinó que algo grave le estaba pasando.
—¿Todo
bien? Le preguntó.
—Sí,
bien. Respondió Ying apretando los labios.
—Bueno,
no tanto. Eli salió de la casa. Se fue.
—Ya
regresará. Estoy seguro. —le contestó tranquilo Carlos.
—No lo
sé. Creo que no. Oye... Pero, porque hoy no nos hablas de la separación. Me
parece que tú también sabes muy bien qué se siente, o porqué se da.
—Sí,
es cierto. Algo sé de eso. Mírame. Hoy estoy solo como perro callejero, como un
cactus en medio del desierto. Digo, sin una pareja que viva conmigo; aunque no
siempre fue así. Antes estuve con alguien por varios años, muchos, y me parece
que fui feliz.
Pero,
sabes, hoy no podré hablar de esos rompimientos que duelen como si te clavaran
una espina en medio del corazón, porque la semana pasada avisé que hoy conversaríamos
de lo que es la compañía, la necesidad de estar con alguien. Además, en mi
experiencia, la separación ‒hasta la más leve‒, deja heridas que tardan mucho
tiempo en sanar, y es difícil poner tantos sentimientos en orden, así de pronto.
—No te preocupes, será una próxima. Oye, me voy a sentar un poco más atrás
para escucharte, porque no podría estar aquí cerca como siempre, no quiero que todos
me vean triste o que me vean llorar. Le dijo Ying.
Dándole
un abrazo, fue y se sentó sola en la parte atrás del grupo; por fortuna Lori no
había llegado todavía.
Ya se
había hecho un poco tarde por la plática con Ying y porque todos los demás
estaban ocupados en grupitos conversando sobre lo que les había pasado durante
el transcurso de la semana. Entonces Carlos dirigiéndose a todo el grupo en voz
alta, dijo:
—Hola,
hola, hola. Me da gusto ver que hoy vino Martín junto con Estela y también
Markus y Dionora, Constantinos y Juanita, Alexis y Natzieja también vinieron.
¡Ah! Chandra trajo hoy, por primera vez, a su esposa; hasta Bob McNelly vino a
presumirnos a su guapa compañera. Bueno, también está por aquí Kaori; Dimitri, que
hace tiempo no veíamos. Me da gusto, mucho gusto; y qué bueno que María también
nos acompaña. Lógico, no podía faltar. ¡Ajá! También veo a unas cuatro o cinco
caras que no había visto antes. Por favor, recuérdenme que cuando terminemos
pase a saludarlos.
Entonces
empezó diciendo con entusiasmo.
—Dijimos
que hoy hablaríamos de la relación que mantenemos con esa persona que es tan importante
es nuestra vida, con quien compartimos la intimidad del espacio donde vivimos,
donde dormimos, con quien desayunamos o cenamos, con quien salimos al cine o al
parque, y con quien hacemos las tareas cotidianas de limpiar la casa, la ropa, lavar
los trastes, podar el pasto, ir al super, etcétera, etcétera, etcétera.
¿No es
pues una pareja una parte esencial para vivir a gusto una buena parte de la
vida? No es ella, él, el testigo que se necesita para dar fe de lo que nos pasa
día a día, de lo que hicimos en las últimas vacaciones, de lo bonito que fue
nuestra boda, el nacimiento de nuestros hijos, lo duro que les dio la viruela, o
de cuántas veces se cayeron de la bici; o lo padre que fue ver a ella
graduarse, para luego obtener un aumento de sueldo, o uno mismo un ascenso de
puesto; lo que sentimos al comprar con dificultades el primer auto de agencia, o
la sensación que tuvimos al abrir la puerta del nuevo depa.
Nuestra
pareja, compañero o compañera, es quien se da cuenta de toooodo lo que nos
acontece, quien lleva el registro de cómo perdemos el pelo o de cómo ganamos libras,
pero no las del Reino Unido, sino de peso; ella, él, sabe de nuestros éxitos y
fracasos, es quien tolera nuestros hobbies, o quien los comparte, quien se da
cuenta cómo cambiamos con el ritmo de la moda, o cómo nos atoramos veinte años
en una moda pasada.
¡Ah! Pero
también es la compañera de nuestras nostalgias y tristezas, hasta de nuestras
depres ligeras. Ella, él comparte las malas noticias o las noticias tristes;
juntos nos enteramos de la muerte de alguno de nuestros padres o de algún amigo,
es quien nos acompaña en esos trances y nos comprende.
Ella o
él, es el lector del diario que no escribimos, pero del que bien recuerda cada
hecho, cada evento importante; incluso mejor que nosotros mismos; ella o él, es
el compañero del otro lado de la mesa, es con quien pasamos muchas noches en la
cama en una charla amena contándonos lo que pasó “El día de hoy”, es quien nos
acompaña los viernes por la tarde compartiendo la copa con los amigos. También
es la compañía con quienes salimos a viajar en auto por miles y miles de millas
por las anchas carreteras o “Freeways” al lado de la costa en el Pacific
Highway, o en las montañas de Denver, o por la famosa Ruta 66; o sin verse “Fancy”,
en los pueblitos mágicos de Indochina, de México o de Costa Rica, mochila al hombro,
degustando platillos exóticos, durmiendo en hotelitos de pocos dólares, pero agradables
y limpios, cerrando el día con un café en una terraza de tierra mojada con una
maravillosa vista al mar.
¿Y no
es pues esa persona con la cual nos acostamos y con la cual despertamos, lo más
importante para nosotros en la vida? Y en todo lo que tiene que ver con él, con
ella, y con nosotros mismos, porque es ahí donde uno encuentra la verdadera
felicidad.
Pero
además de ser un testigo, el escucha de todos los días, es un colaborar, un “Partner”,
porque los trabajos de la casa, con él, con ella, se aligeran, se comparten o
se reparten; y con su ayuda se superan las crisis, y se avanza en los proyectos
y sueños comunes. ¿No es pues, él o ella, la persona con quien más nos sentimos
a gusto, la que queremos, que amamos, que nos ocupa y que nos preocupa y con la
que hemos tenido la “Intimidad” más bonita y duradera?
¡Ah!
Ya veo que lo que estoy diciendo es cierto, que he sido asertivo; pues desde aquí
puedo notar que aquellos que vinieron en pareja ya se tomaron discretamente de
la mano, ya se arrepegaron un poquito más, ya se abrazaron.
Y
saben porqué es tan importante lo que aquí le llaman... “The Most Significant Other”
... ¡Hey, hey! A ver, quiero oír
respuestas. Lo dijo lanzando esa pregunta al aire.
Chandra,
desde una esquina del grupo, levantó discretamente la mano.
—Bueno,
dejemos que Chandra nos explique, que nos diga porque es tan importante esa
persona con la que a diario convivimos. Dijo Carlos.
—Carlos,
amigos. Lo que el ser humano necesita es cercanía. Si no la tiene se llama
soledad o misticismo; pero la soledad tú ya la explicaste con detalle hace un
poco más de un mes; y el misticismo aplica sólo para muy pocos, para los “Iluminados”;
así que, para la mayoría de nosotros, una alternancia de soledad, acompañamiento
y cercanía es lo que necesitamos para estar en paz y para tener tranquilidad.
Por
eso ese “The most significant other” es tan importante. Porque él, ella,
respeta y contribuye en ese balance y forma parte de nuestra soledad y cercanía,
no solamente de cuerpo... ¡Qué mira cómo hace falta una mirada y un abrazo, un
caminar tomados de la mano, una tarde y hasta una noche de intimidad!
Pero
también él, ella, le hacen falta a la cercanía que necesita el alma, la que no
siempre precisa de palabras; por esa cercanía de alma es que existe el amor, la
ternura y el cariño.
Y por
ese amor y cariño es que perdonan nuestra falta de tacto y nuestras debilidades;
bueno, hasta nuestros vicios y yerros. Y a pesar de todo eso, nos siguen
queriendo y tratan de ayudarnos, de sacarnos del bache.
Entonces,
cuando se tiene esa cercanía de cuerpo y de alma; de espíritu, que como yo lo
entiendo, es el motor que mueve al alma; y si a esa cercanía se le dan sus tiempos
y espacios, sus “Time out”. Ya tienes todo. Porque si en lo cercano, en
lo inmediato, estás bien; en lo lejano, en lo externo, estarás mejor.
Con
esa frase Chandra terminó su intervención. Entonces Carlos, aplaudiendo
discretamente, dijo
—Muy bien, Chandra. Lo dijiste de una manera más que clara. Estar con
alguien con planes duraderos es para tener cercanía de alma, porque si esa
existe, ya existe todo. Es quien está contigo en las buenas y en las malas; y a
pesar de nuestros grandes defectos, aun así, nos siguen queriendo. Gracias, gracias,
Chandra. ¡Hey! Alguien más tiene otro comentario.
Markus
se levantó de su silla doble, la que compartía con Dionora, que si no se sentaba
al lado, se acomodaba sobre las piernas de Markus.
—Carlos,
Chandra, y amigos. Esa cercanía que bien describen no precisa de similitudes ni
de convergencias. Se vale ser grande como yo y “Petite” como Dionora, se
vale ser de tez blanca, porque allá en mi tierra de pequeño no me dio muy bien
el sol, o de piel morena como ella, o también hablar otro idioma que nunca
entenderemos. Por eso yo amo más a Dionora, porque es diferente; y cada vez que
la oigo hablar en ese idioma que no comprendo, me parece que canta y con él
abraza.
Bueno,
lo que quiero decir es que es más importante la cercanía del alma o de ese
motorcito que la mueve, que la hace caminar, que la del cuerpo; pero es a través
de él, que el alma y el espíritu se manifiestan. Esos dos son los que dicen: Ve
y abrázalo, tómalo, tómala de la mano mientras camina, cachetéalo cuando se lo
merece, pero no le hagas daño. Ve a las demás, pero a ella, mírala; oye a las demás,
pero a ella, escúchala.
Es el
alma, o el espíritu, qué sé yo, los que resuelven los enojos, las molestias,
las grandes divergencias. Pero hay que dejar que después de un enojo, de una
molestia, se asienten, se calmen, que no le instruyan al cuerpo: Golpéalo, córrelo,
grítale, dile lo que se merece.
¡Ah!
Pero son esos mismos tipos los que disfrutan más que el cuerpo, las convergencias,
los momentos de compañía, los roces de sentimientos... Por eso debemos estar
atentos a lo que el otro siente o percibe, lo que le preocupa, lo tensa o le
molesta; y saber bien lo que le agrada, lo que le gusta, lo que le disfruta. Si
así lo hacemos, ya tenemos compañía para rato y será mucho más fácil superar
los enojos, las divergencias.
—¡Bravo,
bravo! Exclamó efusivo Carlos, añadiendo enseguida. Entonces es el alma, y ese
motorcito que es el espíritu lo que nos mueve, lo que le da valor y respeto a
la carcaza que cada uno de nosotros cargamos; y por la educación, el entrenamiento
que le hemos dado al alma y al espíritu es que somos lo que somos y lo que
valemos; y por ese valor, mucho o poco, es que nos vamos al mercado de trueques
para encontrar nuestra media naranja, nuestra media manzana. Aunque a veces eso
no pasa y nos cuesta trabajo acoplarnos a una media pera, o a un medio durazno,
pero con voluntad, se puede. Y con ese complemento o compañía, como ustedes le
llamen, es que decidimos recorrer la vida, y es con ella, con él, que tomamos decisiones
importantes del rumbo que seguiremos y del paso o trote que llevaremos; o
elecciones totalmente triviales, pero que nos dan placeres pequeños.
Con la
pareja, ya sea con papeles de por medio o solamente con un mero acuerdo de
voluntades, es con quien compartimos la sala, la mesa, la cama, el auto, el desayuno
o la cena, el programa de TV o la peli, la serie de suspenso o los partidos de
americano. Y con él o ella, es que decidimos si nos vamos de vacaciones a la
playa o a la montaña, y también si algún día vamos a tener un hijo, dos o tres,
o todo un equipo de baloncesto. Es con quien nos sentimos a gusto, con quien
estamos dispuestos a separar un tiempo, de todo lo demás, para estar juntos; es
con quien la “Intimidad” rebasa los límites de la cama y se vuelve un todo.
A mí,
me gusta eso de tener “Pareja”, de no estar solo. Realmente disfruto saberme
acompañado. Saber que hay alguien ahí para compartir amaneceres y atardeceres,
el paseo por el parque, o simplemente ir al mercado de pescados o de verduras.
Ella, él, es la persona más afín a uno, es con quien se tiene paz y
tranquilidad, es la dueña o el dueño de todas nuestras confianzas.
Pero,
oigan, oigan. Carlos interrumpió de pronto lo que estaba diciendo.
Hoy ya
se nos hizo un poco tarde, y no tendremos tiempo de ir a “Mi Cielito Lindo” a
tomarnos un café como otras veces, porque todavía, algunos de nosotros, tenemos
que pasar al super a comprar algún mandado que nos pidió nuestra pareja que nos
espera en la casa, en el depa; y ya saben, que si uno falla, debe atenerse a
las consecuencias...
Por
eso, la semana próxima hablaremos de algo muy importante; porque si una
relación marcha bien, si tooodo parece “Super”. Perfecto, o casi... Pero si no.
¡Chin! Ya se volvió una situación incómoda, a disgusto, apenas tolerable,
insatisfactoria para ti, para tu pareja, o para ambos.
Entonces
se da una gran divergencia, o varias, que provocan que cada quien tome caminos
separados, y que cada día se alejen, se distancien o de plano se separen.
Así que
la próxima semana hablaremos de la separación. ¡Ajá! No sé por qué, pero yo también
sé algo de eso.
Con
esa frase terminó la plática de esa tarde, y mientras todos se despedían,
Carlos fue a saludar a las personas que por primera vez habían venido a oírlo.
Una de ellas le pareció familiar. Ella le comentó que la semana pasada estuvo
escuchándolo un poco lejos del grupo, y que esta vez se hizo acompañar de
varias amigas y amigos.
Antes
de retirarse, Carlos les ofreció una taza de café caliente a cada uno, del que había
todavía en dos de los termos que trajeron Lori y Constantinos.
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