Il mio De Profundis VII

Ten presente que las acciones que emprendes no tienen un resultado preciso, cierto y seguro ‒como ingenuamente lo supusiste‒; porque las circunstancias, la sociedad, el medio ambiente, el paso de la mosca, también influyen. Pero no por eso las culpes de las vicisitudes que pases, o las uses como pretexto de tu falta de voluntad y de empeño. Si al caso de la diversidad de la vida, de lo divertido que la hacen.

Considera que si rompes con quien te quiere y con quien te espera ‒lo que también sucede, porque la madurez no llega a los veinte o a los treinta años, o en una fecha exacta‒; porque crees que todo lazo ata y que vivir significa no estar amarrado a nada ni a nadie que te obligue a detener tus pasos, a acelerarte, o a ir más despacio, o a aceptar otros sabores, otros gustos.

Cuando lo haces... Ya es demasiado tarde para poner curitas, para remediarlo; porque te darás cuenta ‒ya más viejo‒, que se vive mejor cuando la felicidad o la tristeza te rebasa. Eso sólo se logra cuando estás con alguien, con alguien a quien quieres, quien te quiere, quien te hace, y le haces falta.

No es cierto que se puede dejar de sentir o de amar, sólo con proponértelo. Porque tendrías que cerrar los ojos y morirte para hacerlo. Además de que el sentir y amar es un mal que empeora con los años y con acumular nostalgias. Eso sí, para renovarse habría que comenzar a romper los lazos del pasado intentando no mirar atrás, y de ser posible cambiarse el nombre y el oficio, para irse en tranvías que no existen, declamando poemas tristes o diciendo historias fantásticas e increíbles a pasajeros desafortunados, para ver como sus heridas sanan de repente, o como les salen llagas poco a poco, poniéndoles sal y limón en las heridas, que ese es el riesgo de vivir amando. Porque simplemente vivir... Cualquiera lo hace.

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