¡Qué chingón soy!!!
¡Qué chingón soy!
Hoy me levanté temprano, y de pronto me llegó un poema super pegador. Sin darle tiempo a que escapara fui y agarré un lápiz y en un pedazo de papel de estraza garrapatié las primeras palabras y luego con más calma me puse a redondear las estrofas y a pulir los finales de línea, de modo que quedo chillador.
Sin darme cuenta y sin saber cómo, encontré en mi mesa un desayuno reparador. Huevos divorciados con salsa roja y verde separados por una rebanada de jamón (¿alguien me quiso decir algo, o era sólo mi imaginación?). Al reflexionar recordé que todo lo hice yo.
Ya encarrerado con el brote de inspiración me seguí con la redacción de mi novela en turno, esa en la que escribo siendo yo sin ser yo. Cuando me di cuenta ya llevaba diez páginas nuevecitas con frases llegadoras que de seguro emocionarán a más de mil de esos nuevos lectores que esperan a que aparezca mi libro en los estantes de las librerías que hoy en día me parece que lucen vacías. Entonces me puse a revisar toda la trama, lo que me llevó más de once horas porque esta novela ya va por la página ciento ochenta y seis. Pulí una frase por aquí y por allá, de modo que le saqué brillo a lo que brillo ya tenía; pero no me confío porque una novela para ser buena tiene que tener más de doscientas páginas y menos de trescientas veintiséis.
Me alcanzó la noche escribiendo y reescribiendo, y cuando me di cuenta, ya había pasado la hora de la comida y la cena reclamaba su tiempo, así que me dí un baño de esos de cinco minutos, agarré un libro de mi biblio (¿Cómo, otra vez: The Catcher in the Rye???). Me salí a ver que encontraba, por fortuna todavía estaba abierto uno de esos restaurantes de 24 horas y me dije de aquí soy. Un bistec con papas hizo la magia y me vi lleno de energía, y con un caudal de ideas mientras releía el libro por enésima vez, terminé mi suculento plato, el que vino acompañado de un café con leche de esos que en otras latitudes le llaman Café au lait.
Regresé a mi covacha y me puse a dar teclazos a mi escrito hasta hacer otras cinco hojas más (ya me estoy acercando al final). Satisfecho, como a eso de las tres o cuatro de la mañana, el sueño me venció, y después de quedarme dormido sobre mi mesa, mis pies fueron directo a la cama y así como iba, me metí bajo las sábanas, pensando... ¡Qué chingón soy!
Ya en serio. Esto de escribir es tarea ardua y concienzuda. Mi novela casi no avanza. He escrito historias aisladas que pensando que eran buenas (y algunas en realidad lo son), no he podido hilarlas, y del libro todavía desconozco el final.
Mientras pienso como avanzar, creo que empezaré a idear un curso en línea de cómo aprender a hablar español, que a leerlo y a pronunciarlo, eso lo consigues en dos o tres días de completa dedicación. Aprovecharé mi experiencia en decirles a quienes lo atiendan que si se avientan y le echan ganas en dos semanas ya estarán hablando como Tarzán, y como en el mes tres, tendrán nivel para venir a viajar a cualquier país de este lado del continente americano.
Tengo una fórmula ingeniosa: Marathon de Español. Sábado y domingo de cinco de la mañana a ocho de la noche con breaks para desayunar y luego para un refrigerio de sandwich y café como a eso de las dos o tres, hasta terminar. Con ese marathon de gramática y vocabulario, estoy seguro que lo hablarás en un santiamén.
Espera la convocatoria. No me tardo. Pronto saldrá.
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