Ermitaño. Capítulo XIV. Sobre hacer el Amor...

 Carlos paró un instante. Instante que el grupo de turistas extranjeros aprovechó de inmediato para literalmente huir del lugar; los hombres agarrándose el sombrero con fuerza para que el viento no se los volara; las ancianas recargándose en los brazos de sus parejas con una mano, para con la otra persignarse repetidas veces, mientras a duras penas bajaban la ladera.

Carlos los despidió agitando en alto suavemente su mano, retomando, luego, del suelo, su sombrero para hacer, con él, una caravana modesta y respetuosa al verlos alejarse.

Aprovechó ese instante para reacomodarse el cabello con la liga, dejándose la usual cola de caballo. Tomó un trago de agua de la botella que había dejado al inicio de la plática sobre la banca, y retomando el tema con una voz más calmada y suave, pero un poco más ronca por el esfuerzo que había hecho al levantar la voz para que lo escucharan todos, les pidió a sus oyentes habituales que de favor se acercarán un poco más, para no tener que estar prácticamente gritando, diciendo luego.

—Sí, sí... Ya sé lo que ustedes de seguro estarán pensando: «Carlos se ha vuelto loco de remate»; pues las librerías, las tiendas de videos, los cineclubes, los puestos de periódicos están llenos, atascados de libros, de revistas, de videos sobre sexo: del sexo y sus formas, de guías rápidas del sexo, del sexo y el esoterismo, de los afiches del sexo, o de simple pornografía. “You name it”. Y están en lo cierto.

Esa reflexión le sirvió para relajarse, dejar su sombrero fedora sobre la banca y tomar un respiro; luego retomando el tema con más serenidad y calma, inició diciendo.

—Bueno, lo que quise decir con toda esa palabrería, es que en lo que respecta al sexo, dejen que sus sentimientos, su sentido común, sus instintos, los guíen. Disfrútenlo con quien ustedes elijan, como quiera que lo elijan.

Hizo otra vez una pausa, porque sentía que no lograba concretar bien una idea que le daba vueltas en la cabeza, sin poderla poner en las palabras adecuadas.

Incómodo, se pasó de nuevo las manos por el pelo, jalándoselo, despeinándose, para al regresarlas a su pecho, apretar con su palma izquierda el puño de la otra, inclinando hacia el frente la cabeza, meditando, para al levantar la cara, empezar de nuevo.

—Sé que en resumen hasta ahora no he dicho gran cosa. Y no sé si mejor me regreso, vuelvo a empezar, o me disculpo... Porque contrario a lo que todos piensan: la distancia más corta entre dos puntos no es la línea recta, ni el amor; sino la “Cachondería”, el sexo plano y directo. El sexo que no es más que un mero acto mecánico con toda la parafernalia, mañas y trucos que él implica ‒según lo que se pretenda o lo que se quiera‒, que lógico, a veces conlleva cariño, pasión, amor y ternura; y en otras, nada más que simple deseo y lujuria.

Tomó un trago de la botella de agua que tenía a la mano sobre la banca, la cerró con cuidado, caminó unos pasos, tranquilizándose, para al regresar, dejarla sobre el metal del asiento, y continuar diciendo.

—Por eso prefiero referirme al otro acto que también implica sexo.

¡Claro! Me refiero a “Hacer el Amor” ‒Exclamó sorprendiéndolos, añadiendo luego‒. Porque “Hacer el amor” es una forma linda de demostrar ternura, cariño, confianza, amistad, gratitud, perdón; a quien se estima, se ama o a quien se quiere. Es un placer mutuo, un gusto, un acto de confianza para el que se requiere un entendimiento tácito; y puede ser también una concesión ganada, una forma de premio, de recompensa. Eso sí, no es un derecho, y tampoco es una obligación. Es una relación voluntaria de dos, que no es fácil y que no se da pronto; que hay que ganársela cada vez; y cada vez, hay que saberla agradecer.

Hacer el amor es un conjunto de sensibilidad y experiencia; en donde el cómo, el cuándo, el durante, marca las diferencias, que podrían parecer mínimas... Pero que con la práctica y el cuidado, sumadas al amor, al cariño, al deseo, al placer, a la ternura, se hacen abismales.

Hacer el amor es una actitud. Un arte que no empieza en el acto mismo, e igual no termina en la orilla del sofá o de la cama. Es un continuo en donde no existen formas como tales, sino transiciones de tiempo, movimiento y espacio; que si conjugan: sensibilidad, modo, estilo, palabras, giros, cercanía y tacto... ¡Huy! Son infinitas.

Hacer el amor es mucho más que una mera complacencia de necesidades, de un despedirse sin preámbulos, es aguantar y concentrarse en los ritmos y en sus tiempos, para que éstos sean parejos, o casi iguales. Es abrir los sentidos. Es una relación íntima y voluntaria; y no un mero acto para rellenar soledades o para subsanar tensiones; por lo que hay que disfrutarlo con sus preámbulos y sus obligadas pausas, y no hay que deshacerlo, desbaratarlo en aceleradas prisas.

Hacer el amor no es un acto único del cuerpo, sino un conjunto con el alma y el espíritu. Al hacerlo las cosas pierden sus dimensiones y sus formas. Se flota, se va a un limbo, a un nirvana... Se muere. Se muere momentáneamente.

Hacer el Amor es un acto maravilloso y mágico, y es una de las frases más bellas en cualquier idioma; más, cuando se insinúa sin usar las palabras directas.

Por eso, hagamos el amor iniciando con acciones, afinando los sentidos; con entusiasmo, con alegría, sin escatimar sonrisas; las que se necesitan para ir a tomar un café, para ir al cine, al teatro, a bailar, para ir juntos a la cama. Dejémonos el tiempo, la alegría, las fuerzas para hacer el amor. No permitamos que la monotonía nos alcance, que la falta de inventiva nos limite, o que el cansancio nos rebase.

Hagamos el amor con constancia ‒y de ser posible‒, con frecuencia. Porque la buena práctica hace al maestro: al sensitivo, al experto, al rítmico, al versátil; al que sabe aprender, y al que sabe enseñar. No es una práctica fácil. Precisa de saber escuchar, y tener algo interesante de qué hablar, de qué reír. Precisa de arreglarse bien, de oler bien.

Hacer el amor es bueno... Y hacerlo bien. Es mucho, pero mucho mejor; pues al hacer el amor, no sólo importa lo que haces, sino también “Lo que dejas de hacer”.

Eso sí. Por favor. No hagan el amor innecesariamente. No lo malgasten. No lo desperdicien. Mejor, esfuércense en “Hacer-bien-el-Amor”; ya que sumado al amor, a la ternura, a la amistad, a la franqueza... El deseo y el placer sexual forman una formula maravillosa que nos permite llevar con gusto la vida y descubrir brillos en las cosas, en la gente, en el día a día, ser “In-men-sa-men-te” felices.

Hagamos el amor. Regalemos y regalémonos el placer, el gusto de Hacer el Amor.

Terminó esa parte con una recomendación sencilla, sincera y práctica.

—Sobre hacer el amor, esta vez quisiera que con quien lo merezca, y-que-se-lo-merezca, pongan en práctica lo que para ustedes es... Hacer el amor. Eso sí. Pronto y sin tardanza.

Luego hizo un paréntesis para ir a tomar un segundo trago de agua de la botella que había dejado sobre la banca, para continuar diciendo, frase por frase, de modo concluyente.

—Hacer el amor rompe las barreras, las limitantes del cuerpo. Permite hablar a los sentidos.

Hacer el amor crea confidencias y confianzas. Permite separar instantáneamente el alma, tocarla. Justifica una parte de lo que es la vida.

Una combinación de Amor y Hacer el Amor puede lograr que alguien atrape o te robe el alma. Es un riesgo que vale la pena correr.

Un helicóptero que pasó cerca para ir a aterrizar en uno de los edificios más altos que colindaban con el parque, interrumpió la charla hasta que el sonido de sus hélices se disipó paulatinamente en la distancia. Entonces Carlos remató diciendo con énfasis las últimas frases.

—Hagan el amor con ternura.

    Hagan el amor con pasión.

             Hagan el amor, con...  Amor

Con esas sentencias claras y cortas dio por terminada la charla de ese día.

Todos los oyentes que habían llegado en pareja ‒después de despedirse alegremente de amigos y conocidos‒, se tomaron de la mano, y se fueron diligentes y presurosos a atender a pie juntillas ‒parece‒, la recomendación de Carlos.

Él se quedó pensando si no le había faltado algún concepto importante sobre cómo es que hacer el amor modifica el carácter y el alma, y es un acompañamiento maravilloso para ir de la mano con alguien por el camino de la vida, para explorar esos dominios interminables, profundos y felices del sexo.

Ying y Lori lo sacaron de repente de sus divagaciones, invitándolo a ir a tomar un helado a un negocio cercano. No se negó. Le pareció una excelente idea. La mejor para ocupar el resto de la tarde noche, pues esa vez Svetlana por cuestiones de un viaje de trabajo no había venido a la reunión.

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