Dostoievski y Hermann Hesse

No sé por qué cualquier lectura de Hermann Hesse o de Dostoievski me pone inmediatamente triste. No lo sé.

¿Será ese reflejo de mí mismo en sus escritos? ¿Será que ahí me veo como “El Idiota” que niego? ¿O será esa nostalgia que me llega de pronto al verme de nuevo niño, acusado y temeroso, aún antes de la maldad que no he hecho? Sigo sin saberlo; pero hoy que releí, después de veintitantos años, “Alma de Niño”, uno de los cuentos de Hesse de su Ruta Interior, me di cuenta que su niñez había sido todo el tiempo la mía.

Hoy entiendo que hay escritores que sin duda te mueven a la melancolía, pero más que a la melancolía, a la desesperanza. Yo los evito y evito sus relecturas a toda costa; porque me he dado cuenta que con los años las tristezas calan más, porque se sabe que son verdaderas.

Ya me veo atormentándome otra vez con los “Hombres del Subsuelo”, de Dostoievski; sabiendo que yo soy uno de ellos, abandonado, escondido y gris. Por eso evito esos textos que esperan impacientes a mis ojos en mi librero y que con gritos sordos gritan: “Ya léeme, estúpido” “Ya termina con este martirio que a ti y a mí, nos daña”.

Así que siempre que entro a mi biblioteca me hago tonto mirando las rosas que tras la ventana florecen, o tomo un libro “x” de esos simplones que provocan sonrisas.

Hoy me aventuré a entrar a esa sala escondida de mi casa. Ahí estaban “Los Demonios” y “El Idiota”, y aunque he leído reseñas de escritores grandiosos que narran que esos textos los guiaron cuando eran escritores noveles, no me atreví ni siquiera a tomarlos; a sabiendas que verdaderamente los habita un idiota y no sé cuantos demonios en sus innumerables formas.

¿Querría yo que esos demonios me invadieran y crearan un contubernio maldito con los míos, que ya de sí me atormentan?

No, no. De ninguna manera. Así que evité acercarme, porque comencé a sudar de tan solo imaginar lo que estaría escrito en sus primeras páginas.

Sí. Soy un cobarde y también soy un tonto; pero un cobarde y un tonto con razón, porque yo ya he transitado tantas veces por sus letras y sé que significa perderse en ellas; conozco lo que se siente dejar que te engullan y sé que si te descuidas te atormentarán noches enteras, te volverás un zombi con sus imágenes y sus diálogos, y un desubicado como yo ya lo soy a causa de lo que dicen sus letras.

Así que hoy prefiero pasar por un ignorante, y si alguien me pregunta:

—¿Conoces a Dostoievski o a Hesse?

Yo inmediatamente respondo:

—Ese vodka no lo he tomado últimamente, pero lo conozco. ¡Ah! Y en cuanto a Hesse... ¿No es la marca de cigarrillos que está de moda?

Si se ríen de mí, si esbozan una sonrisa en son de mofa, no me molesta ni me importa. Sé que son unos pobres ignorantes que sólo leen por encimita y que no saben que las palabras que encierran los libros de Fiodor o de Hermann envenenan y te vuelven paulatinamente un desorientado, un loco sin remedio.

 

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                           Como Fuego

El teléfono quema

Como fuego

Cuando veo tu número

Y contesto tu llamada

 

Hace apenas

cinco días que nos vimos

Y mis almohadas todavía

Conservan tus gritos

 

Yo no te quiero querer

Porque tú sabes

Dar unos besos

Que enamoran

 

Y tu cuerpo

se sabe mover

Como el de una encantadora

De magia negra

 

¡Ah! Tus pechos

¡Ah! Tu cadera

¡Ah! Tu sexo y tus jadeos

¡Ah! Tus palabras obscenas

 

No. Yo no te quiero querer

Porque tú sabes

Dar unos besos

Que enamoran

 

 

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