Madre...
Madre. Hoy he comenzado a morirme un poco. No sé si de tristeza, de nostalgia, o de ambas. Sí, fue hoy que me di realmente cuenta cuánto me haces falta, pero que ya no estás. Tú fuiste la siempre cercana y la siempre presta. Yo el desobligado, el vagabundo, el bohemio, el vale madres, sin que eso te incluya; fui el trovador que siempre andaba en la búsqueda del fin del infinito. Y aunque ya ha pasado mucho tiempo no lo he hallado, y me he hecho viejo, viejo y experimentado, de experiencias que hoy no valen nada, porque todo es fugaz y pronto se devalúa.
Así que hoy no atesoro nada. Le he perdido cariño y aprecio a las cosas. Ni una ropa, ni un suéter, ni un transporte o una casa me merecen estima. Sólo le doy valor a mi jardín. En él florecen rosas, rosas de todos colores, como las que te gustaban. Debiste haberte llamado Rosa, pero tu padre te puso María, y María te quedó bien desde que eras niña, cuando creciste y formaste una familia en torno a un fogón caliente y a la mesa de comida.
Madre, ya no estás, pero estás en todo. Estás en mi recuerdo y el los ojos de mis hijos, en sus risas y en sus afanes.
Gracias Madre por haber sido como fuiste, no más ni menos, simplemente como fuiste.
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Abril
Pasó abril
Sin darme cuenta
Ya no te extraño
Ya no cuentas en mi vida
Como antes.
Sí, cierto
Todavía te amo
Pero ese amor
Ya no es una urgencia.
Seguro pasará mayo
Y será como cualquier otro
Y con el tiempo se me olvidará
Tu cara, tu voz, tu cuerpo.
Sólo Ellas
Flores de tallo largo
Podrán decirte
Cuánto te quiero
Y cuánto te extraño.
Sólo ellas se han dado cuenta
De mi soledad y del paso del tiempo.
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