Sobre la separación

Esa tarde era ya una tarde oscura, porque en esas latitudes y en esa época del año, el sol se perdía en el horizonte como a las cuatro y media o cinco de la tarde, de modo que a la hora en que se reunían Carlos y sus amigos, todo ya estaba totalmente a obscuras. Aun así, esa esquinita del parque seguía siendo un sitio agradable, porque en las inmediaciones había un semicírculo de arbotantes que le daban al ambiente un toque de mágico romanticismo.

Una vez que Ying, Lori, James, María, Markus, Chandra y su esposa, Martín y Estela, Pedro, Bob McNelly y su pareja, Constantinos y Juanita, Kaori, Dimitri y otros cuantos más, se reportaron con Carlos, congregándolos, él empezó a decirles.

Como lo prometido es deuda, hoy quiero hablarles de LA SE-PA-RA-CIÓN.

Claro que para hacerlo no consulté ningún libro ni revista especializada, tampoco fui a la biblioteca a buscar una super enciclopedia, ni siquiera se me ocurrió “Googlear” el término en el Internet, tampoco fui a asesorarme con un psicólogo. Sólo revisé mi cuaderno de notas, ese en el que el alma escribe sus vivencias cada día. De ahí fue que extraje unas cuantas ideas. Unas tristes, otras amargas, pocas alegres.

Y no crean que no conozco bien el tema. Yo también la he sufrido. Las de jovencito cuando por azares del destino me dejó una chica de la cual estaba super enamorado, o cuando yo tuve que alejarme, porque el cariño que sentía por mi novia, por mi amiga con derechos –como ella me lo recalcaba con frecuencia–, no era suficiente para continuar juntos; y de seguir ahí, solamente terminaría lastimándola más. O cuando ya casado con quien amé mucho y a quien todavía quiero, en buen plan; después de algunos años de felicidad, otros de incertidumbre y pocos de altibajos, llegamos, mi excompañera y yo, a la conclusión que era mejor separarnos.

Más alguna otra, ya en la edad madura, más pensada y objetiva –por asignarle un término–, la que, si no dolió tanto, no fue una experiencia totalmente agradable.

Por eso tengo mucho que decir de la separación. Por fortuna hoy empezamos temprano, y ojalá nos vayamos a buena hora, aunque todo depende que tanto tiempo nos tardemos en platicar de este accidente de la vida, el cual es muy importante, porque varios de nosotros ya hemos pasado por una experiencia de esas, cuando uno de los dos decide, o ambos, tomar caminos divergentes, cueste lo que cueste.

Y sinceramente, no creo que sea algo que debamos celebrar, porque a una relación de pareja le invertimos cariño, tiempo y sentimientos; por lo que casi siempre duele un poco o mucho y tiene consecuencias; y muy pocas veces, pero muy pocas, es un alivio para ambos.

Por lo que he platicado con algunos de ustedes, sé que varios –me incluyo–, ya andamos en nuestras segundas o terceras vueltas, así que ya contamos con cierto “Background”, con un poco de experiencia.

Pero antes de hablar de las consecuencias, habría que explicar por qué se da, una separación; desde el origen mismo.

¿Qué no es verdad que siempre que iniciamos una nueva relación de amistad o de noviazgo lo hacemos con entusiasmo y alegría?

Y a esa primera conversación casual con quien ni nos imaginábamos que llegaríamos a convivir en el día a día, y que sería nuestra compañera o compañero de cama, sofá y mesa por años, le siguió una segunda, una tercera, varias. ¿Por qué? Seguramente porque nos agradaba su charla, su sentido del humor y la forma en que sonreía; también su forma de vestirse y su educación, su forma de ser, y también estuvimos de acuerdo con algo muy importante que algunos instruidos le llaman “Principios morales y éticos”, esos que denotan de lo que está hecho uno.

Bueno, durante ese periodo de “aclimatación”, de “acomodamiento”, también nos enteramos de su religión o de sus creencias, y muy posiblemente hasta participamos en ellas. Además, conocimos a su familia, a sus papás, a sus hermanos y a sus primos; y de alguna manera los “palomeamos”. También –sin que nos lo dieran–, prácticamente nos dimos cuenta de su Curriculum Vitae: Dónde estudió, si había aprendido algún oficio, si se graduó Suma Cum Laude, y si tenía alguna especialidad o si dejó la carrera inconclusa o si tenía alguna maestría o doctorado; y también nos enteramos, con detalles, de cómo se ganaba la vida.

En el trato frecuente también llevamos registro de sus fobias, de sus traumas, de sus miedos y temores, de sus malos hábitos, de lo malora que era; y él o ella tomaron nota de nuestras debilidades, de lo flojo que éramos y de las flaquezas que teníamos.

He de decir que en ese periodo de noviazgo quizás minimizamos los dramas o berrinches que nuestra pareja armaba por problemas insignificantes, y también no nos quisimos dar cuenta que le gustaba un poco la comida chatarra, que no le gustaba peinarse, mucho menos bolear sus zapatos, que no podía vivir sin la copa y que el deporte no era su fuerte.

Y aunque ciertas actividades no nos agradaban del todo, al fin y al cabo no nos eran del todo molestas; aun así, decidimos seguir con él o con ella; porque en resumen, pasaban con calificación aprobatoria; ya que, siendo honestos, tampoco nosotros éramos perfectos.

Ya no diré que además en estos tiempos modernos –y antes también, pero de forma un poquito más discreta–; como pareja experimentamos la intimidad, suave, sabrosa, a gusto; y ese ingrediente fue muy importante para darnos cuenta si realmente queríamos vivir con esa persona, a la cual ya íbamos conociendo mejor, y con el tiempo sentimos que era afín a nosotros, que nos sentíamos bien en su compañía.

Claro que nadie nos puso ahí a fuerzas, nadie nos obligó con pistola a salir en su compañía, y hasta le invertimos un buen capital para pasar más tiempo juntos. Hasta que un buen día... Decidimos convivir con ella todos los días, desde la hora de despertarnos hasta la hora de irnos a dormir y no sólo verla por las tardes o los fines de semana.

Creo que todos lo hicimos para ser felices, para avanzar juntos, para compartir momentos alegres, para ya no estar solos, para acompañarnos en nuestras idas al cine o a ver un partido de soccer, para disfrutar los viajes y para planear una familia, para tener sueños comunes; y por qué no, para hacernos viejos juntos.

Así que cuando se da una separación es necesario entender... ¿Qué falló? ¿En qué parte fue que los objetivos comunes fueron divergiendo? ¿Fue el aumento de responsabilidades en el trabajo, el cúmulo de horas que uno pasó en la oficina o fuera de la casa en viajes, en reuniones, en cenas importantes? ¿O fue la falta de atención hacia nuestra pareja...? ¿Quizás le comenzamos a dedicar más tiempo a los hijos y menos a la que debió ser la persona más importante de nuestra vida?

También pudo ser que con el tiempo nos descuidamos físicamente; y de ser el jovencito, la chica de sesenta y cuatro kilos nos convertimos en el cuate, en la señora, de ciento dieciocho kilogramos, a la que le costaba trabajo respirar y ser el amoroso y el “Presto o presta para todo” como lo fue antes.

Y cierto, con los años uno ya no es el mismo y la piel lozana que tenía uno de chavito ya no es la misma, y la figura también con el tiempo sufrió un visible deterioro.

Además, con el tiempo el grado de educación también cambió, lo mismo que el nivel de ingreso, y hasta esos “Principios éticos y morales” se modificaron. Así que con la chica esa con la que uno se casó, el chico con el que ella se esposó, después de varios años, ya no eran los mismos.

¿Y por qué con los años no iban a haber diferencias que antes no existían? ¿Acaso nos ligamos a otra persona para seguir siendo los mismos, para seguir siendo como “antes éramos” ...?

¡Pues no! Porque todos cambiamos y porque todos queremos cambiar con el tiempo. Y aquel galán fornido, locuaz, ese cuate guapo y apuesto que llevaba serenatas y ramos de rosas rojas; y aquella chica tímida y estudiosa, o la chica Chic con cuerpo escultural que andaba siempre maquillada y a la moda; después de diez, quince o veinte años, ya no existen.

En esos tres, cinco, diez, veinte años, algo cambió. Algo sustantivo e importante. Porque no es cierto que el amor todo lo puede y todo lo soporta y que el verdadero amor permanece indeformable con el paso del tiempo.

Entonces nos preguntamos... ¿Dónde quedó la tolerancia, la comprensión y el amor? ¿En dónde olvidamos la sabrosa intimidad que en un inicio tanto nos agradaba? La que cada vez fuimos espaciando más y más. Primero, a una vez por semana, después cada dos, cada luna llena, cada medio año... Y así, hasta olvidarla; sin importarnos si nuestra pareja la necesitaba, le hacía falta. Y nuestro bonito matrimonio se convirtió en lo que aquí le llaman “Sexless marriage”, y en mi país de dicen simplemente: Un matrimonio sin sexo.

No es pues el matrimonio una combinación justa de amistad y de intimidad, como lo dijimos el domingo pasado; y para decirlo claro: De amistad y sexo. Y este último es el indicador, el termómetro, de cómo están las cosas dentro de un matrimonio.

Y si en un matrimonio ya no existe intimidad, la que forzosamente incluye, sexo; entonces, nos sentimos no deseados, desconectados sentimentalmente de él o de ella, hasta ignorados; dejamos de compartir tiempo juntos, o tratamos de no hacerlo, y dejamos de sentirnos a gusto en compañía del otro, un tanto incómodos, hasta rechazados.

Cuando se da el rechazo, la situación es grave, porque el rechazo duele, duele en el alma y duele en el cuerpo; y con él, desafortunadamente, llega la soledad. Una de las peores, porque estamos acompañados, pero a la vez, estamos solos.

Qué triste, porque cuando esto pasa, la intimidad, primero, y después la amistad, se escapan por la puerta, y dejamos de ser amigos y amantes, para convertirnos en extraños.

Entonces, y de hecho, desde los primeros síntomas, nuestro matrimonio, nuestra permanencia en pareja, está en crisis y estamos en grave riesgo de que se dé una infidelidad.

¿Y por qué se da? No será que, en esos últimos años, uno de los dos siempre estaba... cansado, o que ya la intimidad le dejó de parecer apasionante, y se volvió sosa, simple, repetitiva. Sin importarte que el otro necesitaba una mayor dosis de intimidad.

Y no fue que en la vida de pareja acordamos todo o casi todo: De qué color pintamos la fachada del depa o de la casa, si la TV debía de ser de 45 o de 70 pulgadas, si era mejor un auto compacto o mejor una camioneta, si metíamos a los niños a tal o cual colegio, si visitábamos primero a su mamá o a la nuestra, etcétera, etcétera. Pero nunca “acordamos” si la intimidad era buena, en calidad, en las formas, en la frecuencia, si era suficiente.

¿Será que con el tiempo el compañero, la compañera de alcoba y de casa, dejó de ser interesante, y de él o ella ya conocimos Tooodo? Y por eso mismo nos hacía falta un nuevo “Affaire”, una canita al aire, una nueva aventura, a la cual nos acostumbramos y terminamos enamorándonos.

Pues sí; por esas razones relacionadas con la intimidad, entendiendo que la intimidad no es más que la extensión de la amistad y la confianza que debe existir en una pareja, es que se dan muchos divorcios, pues la indiferencia empieza en la intimidad.

Porque “vivir con alguien”, no significa simplemente “estar” con alguien, o de compartir un espacio. Tampoco de aguantar, de tolerar lo que con el paso del tiempo ya nos es molesto e insoportable; y quedarse ahí, aunque haya bienes comunes que se dieron con los años, como el depa, la casa, los muebles, el auto; o por razones que en verdad son importantes: porque los niños están aún chicos; o nos quedamos “ahí” por el qué dirán los amigos, la familia, la “Sociedad”, porque vivir juntos se “Ve” bien para todos; porque, al fin y al cabo, uno se casó o se juntó para ser el compañero, la compañera del otro, hasta que la muerte los separe, para vivir felices por siempre.

Por todas esas razones que ya enumeré, entendí que un divorcio, una separación, no se da de la noche a la mañana o en un fin de semana. Es un proceso de meses atrás, o quizá años, que ya va mandando mensajes, “Warnings”, que no fueron atendidos y que empeoraron con el tiempo.

Así que no se vale gritarle al otro, que odiamos verlo “echado” todo el día en el sofá frente a la TV con el control remoto a la mano tomando cerveza y comiendo “French fries” y pizza, o tener la sala y la cocina tiradas, o el garage lleno de herramientas por todos lados, o que no se acomida a levantar la mesa, a lavar los platos, o hacer al menos una ensalada, una sopa; porque ese, esa, que ya se volvió un caos, es el mismo, la misma con quien, ilusionados, pensamos convivir toda la vida.

También me di cuenta que una de las causas de la separación es dejarle de prestar la atención debida y no dedicarle el tiempo necesario a nuestra pareja, y otra, a nosotros mismos. ¿Por qué si tú no te quieres, cómo puedes querer a quien te quiere?

Por esas razones fue que probablemente cambió esa relación entre ambos, hasta que se volvió una convivencia social con una desconocida, con un desconocido.

Eso sí, también deduje que en una separación no hay receta genérica. Cada caso es totalmente diferente. Y si yo algo tuviera que recomendar antes de que se dé una separación definitiva, es hacer un gran esfuerzo y regresar a esos primeros meses de noviazgo, a esos primeros años de matrimonio o de convivencia diaria y rescatar al amor, a la pasión, a la intimidad, en aras de salvar toda ese universo que encierra la decisión de permanecer junto a una persona y de ser parte de un mismo mundo, que es él, ella, los hijos, la familia, los amigos, y prácticamente volver a casarse o reemitir esos votos, esa confianza, dar un certificado de perdón, de voluntad, para no repetir errores y hierros del pasado.

Hacerlo pronto y de manera decidida, porque una separación, un divorcio, después de varios años, no es asunto de dos. También disuelve de alguna manera a la familia, daña a los hijos y divide a los amigos. Y casi siempre, es para siempre. Válgase la redundancia.

Hizo una pausa. Dio una pequeña vuelta en círculo, quitándose su inseparable sombrero fedora y arreglándose el chaleco de pana, para continuar diciendo.

—Pero si la separación se da. Hay que cortar por lo sano.

Quizás ninguno de los dos se irá feliz y satisfecho, pero que, al menos, cada uno se vaya lo suficiente tranquilo por su lado.

Entonces recomendaría iniciar cada quien una vida nueva y dejar el pasado en el pasado. Porque, aunque cada vez estemos más viejos y achacosos, cada día es una nueva oportunidad de vivirla junto a alguien y no estar siempre solos.

Yo, por eso, aunque lamento haber perdido la relación que tuve hace algunos años, no me acongojo. Ahora veo la vida con optimismo para reiniciar una relación nueva, mostrando lo que soy, lo que tengo y lo que ofrezco, sin artimañas ni promesas falsas.

Hoy a esta edad, lo que me den, si es honesto y sincero, me va bien. Si además hay cariño, hay atención y ternura, soy afortunado. Y encima de todo es, encuentro amor y comprensión... Definitivamente, me saqué la lotería.

Sólo me quedará tratar de corresponder, de dar lo mismo y ser agradecido, por mientras dure.

A eso le apostaré, porque sé que una nueva separación acabará conmigo.

Se puso melancólico. Esta vez los demás ya no participaron, porque como dijo Carlos, cada separación tenía sabores diferentes y cada una venía amarrada a diferentes vivencias y nostalgias, que al recordarlas, a veces, les hacían derramar lágrimas.


 

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