Mis ojos
Hoy me di cuenta que mis ojos no
tienen dependencia forzosa conmigo, ni acatan voluntariamente mis órdenes; y
libidinosos, ligeros se van detrás de cualquier mujer hermosa admirando con
adjetivos mudos sus encantos, su belleza, sus formas y sus ropas. Son los
primeros que pecan, y los primeros en disfrutarlo.
Son también unos golosos. Lo corroboré
ayer frente a la heladería. Especialmente les atrae el de chocolate, y antes de
que la lengua y los labios comprueben el sabor del cacao, ya se abalanzaron sobre
el cono, y prestos, de inmediato compartieron sus delicias con el gusto y el
olfato. Las letras, ni se diga… Les encantan. Los vuelven locos los buenos
libros; pero son unos fáciles, no muestran recato; hasta me he dado cuenta que
en secreto disfrutan los Teve-y-novelas y revistuchas afines de cabareteras baratas,
también gozan con un sabor malsano los periódicos de sangre.
Me he sentado a platicar con ellos,
en buena onda. Les he hablado de las buenas costumbres, de los buenos modales
de familia. Otras veces los he reprimido con voz dura, y cuando de plano no
entienden, los he castigado, obligándolos a no voltear la cara con la primera
mujer despampanante que pasa, a no mirar de frente cuando nos acercamos a la
librería, o cuando pasamos por la repostería; pero aun así en el reojo no
cumplen lo que instruyo. Siempre es lo mismo, esgrimen argumentos para ellos
válidos. Lo niegan rotundamente, luego reconocen sus faltas: Piden perdón.
Claman que no lo volverán a hacer; o cínicos revelan que fue por las exigencias
de la carne.
No sé qué hacer ya con ellos. Me
enojan, me cansan, me desvelan. Aunque también les reconozco sus virtudes y de
vez en cuando los dejo hacer a su gusto, y me digo que no hay pecado, ni falta.
Lo mejor es cuando cuentan con mi total venia y me dan gozos inmensos; como cuando
se desplazan por renglones nuevos digiriendo letras, y por ellos veo imágenes y
tengo sueños maravillosos; cuando admiran el paisaje y comparten con mi cuerpo,
el frío y la intensidad de la brisa mañanera; cuando llegan junto con los
labios y disfrutan el beso prohibido; cuando en complicidad con el tacto van
más allá de mis deseos y se acompasan en complicidad con la imaginación
libertina; cuando muerdo el pastel de fresa y corroboro con ellos que es
delicioso.
Hoy por la tarde después de una
sesión larga y cansada, en que los dos hemos planteado argumentos convincentes
(al menos para cada uno de los lados), y
con el ánimo de seguir disfrutando de las cosas que a ambos nos son permitidas,
que nos dan gozos hermosos; felizmente hemos llegado a un acuerdo:
Ellos mostrarán recato cuando los
amenacen los deseos.
Yo les daré permiso... de vez
en cuando.
Comentarios
Publicar un comentario