El mundo que ya no veremos

Amador L27 ya era un hombre viejo cuando se reportó enfermo al trabajo. Sólo tuvo que pensarlo repetidamente para que se registrara su petición, e irse a sentar al ciberespacio de enlace; una esquina de su microdepartamento en donde tenía un sillón cómodo de piel —de los últimos que existían—, enfrente de un ordenador. El grupo de sensores de presión, temperatura, estado anímico y emocional hicieron un escaneo por todo su cuerpo y recibió un OK en letras verdes que se proyectó tridimensionalmente enfrente de sus ojos. De haber tenido un tache rojo, se hubiera tenido que dar de alta en el ordenador y el mismo grupo de sensores hubiera registrado su ingreso.

Hacía casi treinta años —quizá un poco más—, que la asociación de países productores de petróleo habían declarado una escasez inesperada del carburante, la que se agravó en los subsecuentes años, hasta que se volvió un lujo inyectar unos dos a tres litros a los autos, interrumpiéndose el servicio por completo una veintena de meses después; por lo que todo tipo de vehículos se encontraban abandonados en las calles y se habían convertido en habitaciones de homeless o en guaridas de malvivientes; de modo que en ese año 2064 se trabajaba mediante una conexión láser con el ciberespacio. Nada más ingenioso para permanecer aislado por semanas, o meses; ya que por él, Amador L27 cobraba, le descontaban los sobres de alimentos y su escasa ración de agua semanal, y a través de él prácticamente respiraba la vida de él y de su comunidad.

Sentía el cuerpo cortado, un profundo dolor de cabeza, y alta temperatura. Afortunadamente el diagnóstico del ordenador no llegó a los 39.6, marcó 39.3, aún dentro de los límites de la lucidez. El malestar físico era soportable;  ¿Pero quién le quitaba esa sensación de soledad y abandono? A esa edad era un solterón como la mayoría, y para su fortuna se había hecho la vasectomía impúlsica diez años antes, por lo que carecía de deseos de compañía física con personas del sexo opuesto. Lo único que añoraba era la compañía sincera de otro ser humano, aunque fuera por la misma conexión láser.  ¿Pero por qué quejarse? Ese era el cuadro anímico de la mayoría de los hombres y mujeres de esa edad; el que se comenzaba a desarrollar desde los veintitrés y se volvía intolerable pasados los cincuenta. Lo común para esas edades era el "Solicitar" la ración especial.

Una vez vaciado el sobre en un cuarto de vaso de agua, pasaría por una sensación de alegría con destellos de euforia acompañada de música ambiental y de imágenes tridimensionales alimentadas por el ciberespacio, exactamente igual a la realidad que en esos años ya no existía, en las que las más de la veces el solicitante era el personaje: Bosques de pinos y de abetos, rompimiento de olas contra rocas, el volar lento de gaviotas y de pelícanos en formación en V, una pareja paseando tomados de la mano por el parque, el estruendo de los rayos en una noche de tormenta, un niño corriendo tras una pelota. No había truco, el ciberespacio las creaba de los archivos de la memoria del individuo, pues éste pasaba a ser un apéndice de cada persona desde que se era pequeño.

Amador L27 hacía unos meses que había pedido el sobre, y lo tenía a la mano para cuando llegara el momento. No lo pensó dos veces. Ya estaba fatigado de esa vida —que al fin y al cabo era la única posible—. Abrió el sobre, lo vació sobre el vaso de agua y lo fue bebiendo poco a poco.

Los sensores del ciberespacio de inmediato detectaron los signos corporales y de pensamiento de que lo había ingerido. Las imágenes de su infancia y de su adolescencia comenzaron a proyectarse enseguida. En un punto aparecieron en grupo sus amigos que sonrientes agitaban sus manos despidiéndolo, y luego sus padres que lo llamaban para que se acercara. Sintió pesados los párpados y se fue quedando profundamente perdido, para no despertar nunca más.

Por fortuna, sus marcas genéticas habían quedado almacenadas en el archivo principal de la super super computadora que regía el orden del curso del planeta, por lo que en unos meses –con ligeras modificaciones–, mediante un embrión en ambiente vitro, nacería una casi replica, un Amador L28.


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