El niño que todos llevamos dentro

Este pasado fin de semana, después de desayunar en familia, por azahares del destino me quedé solo en casa. Al cerrar el portón, después de que, lleno de infantes, arrancó el auto de mi esposa camino al parque de diversiones, me dispuse a organizar mi día.

Revisé las tareas serias: Ir a la oficina a disminuir la pila de pendientes, chambear en calidad de peón en el negocio próximo a inaugurarse, tratar de arreglar la computadora que perdió unos archivos, cortar el pasto que amenazaba en convertirse en mini selva, cambiar los apagadores en falla de la cocina… ¡En fin! Se hizo larga la lista de actividades indeseables.

En ese inter paseando por la sala, eludiendo compromisos que significaran grandes esfuerzos físicos y mentales, pasé enfrente de la caja de CD’s. Uno de ellos me llamó la atención: Grandes Éxitos de Cri-Cri.  Un CD de canciones de cuando yo era niño. Lo saqué de su caja y me puse con atención a escucharlo.

Sin haberlo considerado en ninguna agenda, me asaltó el niño que todos llevamos dentro.  Vino con su pelo crispo y su camisa a cuadros desabotonada, de gorra en mano y pelota. Se sentó en el piso, sacó sus canicas de la bolsa, me jaló para que también me sentara… Y se tomó mi día, completo.

Escuche con él las canciones de Cri-Cri, y juntos nos fuimos de viaje por nuestro pasado. Él tenía como yo, las melodías frescas; y en automático me llevó a los años del kínder, al armado de cañones, al juego de amo ato, y al de pares y nones, al de chiras pelas; y ya encarrerados nos seguimos con los años de primaria, recordamos los juegos de la feria en que nos subimos a empujar rudimentarios aviones de madera, las trepadas junto con amigos en los árboles de mangos y guayabos, el gusto loco de meternos en grupo al río a capturar limones.

Nos seguimos con los videos de Ultraman, los de Marino y la Patrulla Oceánica, el de Dumbo. Él exigió sus palomitas con salsa; y yo mi refresco de lata. Platicamos en plan de cuates de todas, sus y mis aventuras de chamaco, como si fuera entonces; y la sala se transformó en campo, en árbol, en calle, en río. Me presumió su pelota y su gorra. Me reclamó dos o tres desatenciones, enojos y abandonos de esos años, que yo creí que, él, ya había olvidado. Hicimos las pases y nos seguimos jugando canicas hasta que se hizo noche. Se despidió y fui a acompañarlo a la puerta, despidiéndonos de “Chócala”. Se alejó alegre, pateando la pelota con su gorra puesta al revés y silbando hasta que antes de dar vuelta en la esquina, volteó para despedirse agitando la mano y gritando un “Ay nos vemos, cuate”.  Cerré la puerta y regresé meditabundo a sentarme en la sala.

Unos minutos después sonó el timbre. Era mi mujer con mis hijos. Venían exhaustos pero iluminados, se habían divertido hasta el cansancio, cuidados por esos ángeles guardianes que es la asociación de madres compartidas. Me contaron nuevas hazañas en las que se volvieron Superman, Batman o Spiderman. Hicimos planes para el siguiente día, en que me toca a mí y al niño que todavía llevo dentro, compartir con ellos aventuras.

……….

Hoy aprendí que cuidar y atender “Al niño, a la niña, que todos llevamos dentro”  nos animará a emprender con entusiasmo nuevas tareas, a lograr éxitos sonados y a disfrutarlos como enanos, a mantenernos en la brega, y gozarla, a ganar carreras y a disfrutar la vida, la calma, la familia…

También aprendí que cuando sufrimos, algunos de nuestros males son consecuencia de no atender, antes y hoy, al niño que todos llevamos dentro. Ese niño a veces está solo, triste y desamparado, o bien se vuelve rebelde y hace rabietas; y eso nos atribula y nos enferma; y que para sanar hay que cuidarlo, hay que dedicarle tiempo. Cuidar al niño, a la niña, que todos llevamos dentro nos permitirá darle salida a esos agobios y reveses de la vida cotidiana.

Cuidar al niño que todos llevamos dentro nos permitirá ser mejores padres, mejores hijos, mejores seres humanos.


 


 


 


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