Gracias por el Fuego. Mario Benedetti
Por recomendación de una buena amiga leí y releí, Gracias por el Fuego de Mario Benedetti. En su lectura disfruté los diálogos de Ramón con su hijo, con Susana, con Dolores, con su papá y con su padre; y de los soliloquios de cuando ellos; y más él, se convierte en ese interno que todos llevamos dentro, ese que también somos y que nos arrebata la palabra que no requiere sonidos, en cavilaciones que no duran nada en el tiempo que se mide con relojes.
Yo me encontré en ese libro, en ese Román; con las
mismas apretancias con la vida misma, con la sociedad, con similar Susana; y me
reconocí como el uruguayo que llevo dentro, porque entendí: que la mezcla de
español y americano, desde el Río Bravo hasta la punta del cono sur, cuajó en
eso que ahora somos y que nos identifica inmediatamente; que sufrimos de los
mismos males, de las mismas carencias, de los mismos traumas, de las mismas
lujurias, de las mismas calenturas y contenciones. Queremos hacerle el amor a
todo, hablamos solos, y mucho; y ocultamos algo.
Ahora me queda claro. Muchos tenemos a una Marcela,
y a una Dolores. A quien deseamos desde hace tiempo, igual, sin urgencia, y no
precisamente por el cuerpo; y sí, también por eso; más bien por la mirada, por
ideas que necesariamente están atadas a palabras y también a silencios… Ah, y por los ojos, y por los labios, y por lo
abundante de su pelo, y de su sexo que desconocemos. E igual, como Román,
queremos acostarnos con una mujer que es, y que está buena; que tiene lindos
ojos, lindas piernas, lindo todo, que suponemos —casi aseguramos—, es espléndida
cuando besa; y que tiene lindos brazos, de esos que debe de ser una buena
experiencia que lo aprieten a uno, duro y suave, pero con ternura. Yo también
confirmo que cuando uno desea a una mujer sólo conoce la mitad de su propio
deseo, y al conocer el resto, sea o no la mitad, es más que suficiente para
volverlo intolerable, insoportable, aunque signifique lo mismo. Y ese
desconocimiento antes de, tiene su encanto, su grado de espera y de esperanza,
eso le da valor a los días, a los minutos. Eso los alarga.
Coincido con Román que el sexo, o más bien el Sexo —con la que uno desea y le corresponde—, es lo único que da, por instantáneo que sea, la sensación de plenitud, plenitud que no se alcanza de ninguna otra manera, porque no existe otra de estar más cerca, y más dado y recibido, y ese minuto de felicidad, ese instante se prolonga en el recuerdo. Pero también sé que el sexo, así, simple; el que para allegarse a él, se comienza con las manos y no con las palabras, puede ser el envilecimiento de la rutina, como dice Román-Benedetti: sin sorpresas para los sentidos; y añado que mucho tiene que ver con el cansancio, la ausencia de imaginación, de voluntad y de ganas. Que en parte no es nuestra culpa, porque cada uno tiene diferentes grados de deseo y de lujuria, de carbón y de chispa; de silencios, de gritos o susurros para cuando hacemos o deshacemos el amor. Estoy de acuerdo con Román-Benedetti que es magnífico aprender con quien no sabe —y supongo bien—, que también debe serlo con quien sabe.
Yo por igual escribo poemas para mi Dolores. Por
fortuna no preciso que otro los haga, pero por desfortuna no me los aprendo, y
eso me gusta. Yo también he tenido mujeres, pero aún espero a la que ha de
venir a decirme de manera definitiva y sin que pueda rajarme: ¡Voy a acostarme
contigo! Aunque en verdad no vayamos a acostarnos, vayamos a hacer el amor; y
conozco bien
Yo me vi en ese libro en el que me convertí en un Román que no se mata, pero que a veces está a punto de hacerlo y en el último instante se arrepiente, y se va a buscar con urgencia un cuaderno para escribir poesía. Sé que tú también te vas a encontrar en él, enmarcado en una fotografía de nuestra realidad nacional, con sus líderes, con sus limosneros, con su hartazgo, con su conformismo.
P.D. Deseo. No está mal el deseo. Es un signo inequívoco
de que seguimos vivos.
YO
QUISIERA...
Yo
quisiera verme en esos ojos
cuando
ninguna ropa a tu cuerpo acompañe.
Verme
para saberme como soy, y lo que he sido.
Para
reflejarme en ti, y para saber si de verdad
es
que ejerzo el oficio:
Hacedor
del amor;
en
todo lo que ello significa.
Y
necesariamente deberá ser contigo
Qué
exiges, qué pides, qué solicitas.
Porque
sé que no calificarás
el
modo, ni la forma,
Y
no me darás un malo,
un
regular, un maravilloso.
Sólo
un reflejo de tus ojos...
Sólo
una mirada.
Que
dirá, eso, que no puede
describirse...
con palabras.
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