Voyeur
Desde que viajo solo aprendí
a estar callado; a no irrumpir, así porque sí, en las conversaciones de la
gente; para no exponerme innecesariamente gritando «Mírenme, soy un solitario», o para no pecar de
presumido, diciendo: «Yo,
soy un pensador».
Por lo que antes de abrir la
boca, miro y observo de manera natural, aunque con detalle, a quienes
participan en una charla, o al que se acerca con el ánimo de preguntar una
dirección, la hora, o de iniciar una conversación casual.
Los observo sin denotar el
interés mayúsculo que dentro de mí me invade, por saber quiénes son, qué hacen,
adónde fueron o a dónde van. Y sin ser descubierto me entero de detalles, a
veces de forma, de por qué se visten de esa manera, o si tienen un acento
particular; así, identifico nacionalidades, y si voy más allá hasta adivino
grado de estudios o status social.
¡Ah! Pero lo que me fascina
descubrir son los detalles psicológicos, esos del comportamiento humano que a
todos nos definen y delatan sin necesidad de que presentemos un examen de IQ,
un Curriculum vitae lacrado o de que hagamos una exposición extensa de nuestra trayectoria
de hobbies o profesional.
Ahí nadie se me escapa.
Puede que un tic nervioso delate a un inestable, una mirada esquiva a un
pecador; una muletilla al hablar que diga, este tipo es un nervioso; una mirada
perdida que indica que algo grave le pasó a ese sujeto. También me fijo en el
tono, en el ritmo, en la cadencia de cómo alguien va sacando las palabras, o un
simple giro de cuello que indica que algo lo distrae. Todo denota y todo exhibe
al sujeto que uno estudia.
Ya lo dije. Ahí nadie se me
escapa. Ni el gran intelectual que intenta parecer simple, ni el borracho de
banqueta que en realidad es una enciclopedia con pies, ni la chica “Chic” que
presume lo que no tiene y lo que nunca llegará a tener, o la anciana retirada
que tiene una calma, madurez e inteligencia que se transparentan a la
distancia.
Así he concluido que todos,
aún antes de que pronunciemos una palabra, nos comportamos y adquirimos gestos,
movimientos, manías y andares que denotan como nos ha ido en la vida. Y sin
quererlo, sin que nos lo propongamos, en la cara, en el pelo, en los pies, en
todo el cuerpo, ya llevamos cicatrices de torceduras, de patrones adoptados, de
desviaciones mentales, o una aurea de luz que casi ciega, que si yo las
escribiera en un cuaderno llenaría páginas enteras. Pero me aguanto. Eso sí, en
un proceso súper rápido de la computadora de mi mente, lleno una ficha
psicológica y técnica de los sujetos que observo; y cuando me apresto a
participar en una plática, de antemano, ya sé quién es quién, y como tal,
modifico la forma y la manera en que inicio y digo:
“Hola... ¿Cómo están?”
ɷɷɷ
…. ∞∞∞…. ɷɷɷɷ …. ϰϰϰϰ …. ɷɷɷɷ…. ∞∞∞ ….
ɷɷɷ
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