Corretear estrellas por las noches

Hoy me puse a corretear estrellas por la noche y a recordar tonterías de la infancia, otras de años posteriores, y de esta nueva etapa en que ahora me hallo. Me acordé de cuando corría maratones no medidos, sin salida y sin llegada y sin registro de relojes, por caminos que se volvían veredas que se volvían montañas, en zancadas que se tornaban trotes y terminaban en vasos urgentes de agua de sandía. Me acordé cuando hice mi primer propuesta de amor y no logré más que un beso, porque después ya no sabía que seguía, cortándome ella de plano al siguiente día por novato. Me acordé cuando estrenamos en la casa bicicleta —una flamante Vagabundo roja (digo roja porque si digo azul, como era, no rima)—, y también de cuando no tenía, cuando mis amigos decían en son de mofa: No le prestes la bici a Paco. Porque si no se cae… Se avienta. Me puse a recordar las cascaritas en la cuadra, en donde no discriminábamos a las chavas, pero ¡Ah! jijas… ¡Cómo fauleaban! Me acordé de nuestra Telefunken y de las pantallas de colores que les ponían mis vecinos—Ay, cómo eran de ingeniosos los pobres—. Recordé cuando se fue la tele en calidad de enganche por un terreno y las rentas que teníamos que pagar por ver a las caricaturas de Tom y Jerry y las de Batman, el de las santas carambolas. Me acordé de cuando pasaban en el cine de Joju la peli del Maestro Borrachín y yo subido en una camioneta disfrazado de karateka repartiendo papelitos pa’ ganarme mi entrada, trauma del que nunca me repuse hasta que salí en la uni en un concurso de oratoria vestido de kendoka… y todavía yo sin pena. Me acordé de cuando de zonzo en la feria de mi pueblo empujaba aviones de madera para que los otros niños volaran. Me acordé de mis huidas a Acapulco viajando con el gordo de mi mano y del cuate que esa vez en plena lluvia limpiaba el parabrisas jalando unos cordones. Me acordé de cuando ya de ahora viajaba en moto y me agarró por la tarde una llovizna que yo dije: ¡Ai qué fresca! que luego se convirtió en nubarrones y terminé empapado apedreado por granizo con un frío de los mil demonios. Me acordé de cuando volaba ala delta y pensé que los miradores de la libre a Tlayacapan eran buenos para probar mis recién aprendidas habilidades y por poco y quedo tendido para siempre en los surcos de una cañada inesperada. Me acordé del miedo a caminar sólo en una vereda de montaña a la una, a las tres de la mañana para el siguiente probar aires mejores en mi ala, y ya allá arriba yo esperando a que el radio hablara y él cayendo seiscientos metros más abajo. Me acordé de mis viajes de solapa con mochila al hombro y pingües pesos, rehusando —no reusando— marihuana, sin más droga que eternas carreras por la playa jugando luego a que las olas me hicieran taco bajo miradas de curiosos que me creían deschavetado. Me acordé de mis apodos ganados bien a pulso en las diversas trajinadas de la vida: El Monaguillo, El Seso Loco, Huarache Veloz. Me acordé del armado de barcos y cañones… de la clase de palitos que todavía debo, y del extra de plastilina tres; ahhh y de loguapa que estaba mi maestra de kínder y delo-atractiva que estaba la de sexto.

Ya lo dije, eso de corretear estrellas por la noche puede tener consecuencias no esperadas con daños inmediatos no cuantificables que pudieran causar sonrisas vagas o lágrimas a mares. Lo mismo ocurre al mirar de más la sopa de letras, o al quedarse dormido a las tres de la mañana escribiendo historias como ésta.

Yo que tú, mejor ni lo intentaba.

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