El tren de mi vida
Así es hoy mi vida.
Un taxi a dejar a mi
hija a la escuela, después me tira a mí en la parada del colectivo. Veintitrés
estaciones de metro de ida y un pesero más para llegar al trabajo. Una jornada
de nueve a doce horas, cuando menos. Un checador electrónico. ¡Cuánto lo
agradezco!
De regreso omito el
taxi —gasto innecesario—, lo sustituye el pesero, y luego las veintitrés
estaciones del comunitario: Frente a mí pasa el circo itinerante de mi pueblo.
Se abre el telón.
Llegan a la pista los payasos. ¡Qué ingenio! Vienen disfrazados de jovencitos
de la misma calaña —sin que sea una palabra mala—. Dialogo excelso de
merolicos. Yo escucho atento (quizás me sirva para escribir algún poema
mañana). Con todas las artimañas a su
alcance, gestos, muecas y ademanes, establecen un verdadero concurso por atraer
la atención del respetable. Quedo fascinado con un bagaje de nuevas... ¿Palabras... ???
Una viejita vende
dulces y pregona: ¡Hay película en el Centro!
¡Y buena! —Añade sonriendo—. Se
aleja arrastrando sus tenis luidos. No sabe que sabor a pasado deja en mí, aquí
adentro.
Ahora por la derecha
hace su entrada El Rey de las Tinieblas, atado a un perro que no hace
malabares. Trae consigo música. Un gran cascabel de lata de chiles y de monedas
dentro. ¡Chicles!, ¡chicles! ¡Dulces! ¡Bombones!
El Descamisado llega
al vagón de dos pistas y abre una manta de cuentas de colores. Brinca y con un
gran ¡Zas! Azota, y en su espalda se abren nuevos puntos rojos (por fortuna su
confeti no llegó a mi camisa blanca). Su número me duele a mí más que a él, y
se va al otro extremo. Circo de dos pistas —lo dije—. Sólo se ve en un vagón
del metro. Sigo el espectáculo con la vista y siento lo mismo que cuando en el
otro sale disparado el hombre bala o cuando la voladora titubea en el trapecio.
Un niño de unos cuatro años lo sigue.
Grita: ¡Papá!, ¡Papá!, ¡Papá! Yo
pienso que el oficio, ya tiene heredero.
¡Ánimo!, ¡Ánimo!,
¡Ánimo! Buenas noches. Hola qué tal. El maestro de idiomas hace su arribo y
ofrece aprender inglés de la manera más fácil. Coloreando y recortando:
Ventana, güindow; puerta, dor; pollito o pollita, como ustedes quieran, chik; y
patito, dock. ¡Por tan sólo diez pesos!
Y yo que pagué alguna vez una universidad en el extranjero. ¡Cómo me arrepiento!
Música de armónica.
Una anciana da un concierto de melodías inventadas. No alcanzo a reconocer
ninguna, y entonces pierdo. Pago mi
apuesta: unas cuantas monedas que en total hacen seis pesos.
El denominador común
no es muy parejo. A veces botes, cubetitas, niños que siguen, el bolso a un
lado de la guitarra o la mujer que acompaña y extiende la mano. Este es el
circo de mi pueblo.
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Intermedio. Lo anuncia
el conductor del trenecito. Estación
Hidalgo. Correspondencia con la línea
Indios Verdes - Universidad. Yo cambio de
asiento.
Se abre de pronto el
telón y aparece el Trovador Solitario (¡Con todo y amplificador!). Coplas
Bolivarianas. ¡¡¡Este sí que es un Circo
Internacional!!! Reconozco la calidad y retribuyo.
Además fue uno de los pocos que no mencionó a Dios.
¡Veneno de abeja y de
víbora!, ¡Pomada de árnica y de alcanfor!, ¡El doctor que sana las dolencias
más extrañas!, ¡El ungüento balsámico que funciona mientras uno descansa! Veo pasar al curandero milagroso y pienso que
me han estado timando los doctores. Me pregunto si sanará las dolencias del
corazón.
Finalmente parece que el espectáculo llega a buen puerto —Uno nunca sabe—. Me invade una felicidad triste y a medias —es el cansancio me digo, para darme fuerzas (aún me falta un pesero)—. La maestra de ceremonias deja oír su clara voz:
Estación Universidad. Ninguna persona debe permanecer a bordo.
Así es hoy mi vida.
Veintitrés estaciones de ida…
Veintitrés estaciones de regreso.
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