Cordura

A mis amigos todos, con toda solemnidad les informo que estoy perdiendo la cordura.

Pero no se preocupen todavía, porque me está abandonando poco a poco. Un día se me olvida dónde está el refri y lo busco en la recámara y en la sala; otro, si dejé abierta o no la regadera; y cuando regreso del trabajo, el baño está hecho un chapoteadero.

Claro que hay detalles mínimos; por ejemplo, si ésta es o no la primera taza de café del día. Pero no me atormento, y si no es, la disfruto como si en realidad lo fuera.

Aclaro que no es alzhéimer porque cada día repaso frente al espejo qué día es, de qué mes y de qué año y me repito mi nombre tres veces, fuerte y claro. A veces hierro en uno de esos datos, pero de si de diez le pego a seis, ya la hice.

También pasa que a la hora de salir de casa se me olvida dónde dejé las llaves del auto, a pesar de que hace apenas unos minutos regresé del super; entonces cambio de planes y me pongo a leer un libro de los muchos que me faltan, que ya aparecerán después donde les dé su chingada gana.

Como parte de mi perdida gradual de la razón y de memoria, para no entrar en discusiones sin sentido, a todo el mundo le doy el avión, y a lo que me preguntan, yo respondo con un fuerte y claro: Me parece perfecto. A sabiendas que dentro de mí eso tiene otro significado. Y aunque a veces alcanzo a escuchar: “Pobrecito, se está volviendo loco”. Me hago el desentendido.

Aunque cuando camino me bamboleo de un lado a otro, como un buen loco que se respete, siempre lo hago por la acera, cediendo el paso a las damas y a las personas de la tercera edad, porque si voy a ser un loco, quiero ser un loco educado.

Para ser congruente con mi nuevo status me he armado de una paciencia de santo. Así que, si no encuentro o si no recuerdo en qué calle queda mi casa, en el primer parque que paso me siendo en una banca, saco el libro que siempre cargo en la solapa, o mi pedazo de lápiz y mi pequeño cuaderno de notas, éste donde ahora escribo, y me pongo a leer o a escribir; para que en una de esas, aunque sea pasada la media noche, me levante y me ponga a caminar sin descuido hasta llegar sano y salvo a la casa donde vivo.

Con esta locura prematura, no me desespero ni me atormento; de modo que si de ahora en adelante voy a ser loco, quiero ser un loco feliz y un loco instruido, uno de esos que se pone a platicar con los perros como si fueran caballeros decentes llegados de un planeta lejano y desconocido, porque estoy consciente que tienen un lenguaje de gua guaus y de gruñidos que en realidad son disertaciones excelsas de porqué somos tan estúpidos los seres humanos.

Además, aclaro que si voy a ser loco... No quiero ser un loco que en sus primeros años de locura ande todo desarrapado, maloliente y sucio, –por lo que de vez en cuando me doy mis manotazos de gato– y me fijo muy bien por donde camino, no sea que un buen día por un descuido me lleve entre las llantas el camión de la basura.


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