Mujeres
Hoy no tengo tema
sobre el que escribir; lo pienso mientras Mozart con su Eine Kleine Nachtmusik llena
los espacios vacíos de mi sala. Yo me quedo callado, temeroso de romper mi
propio silencio; pero es el mismo silencio el que me traiciona y me dicta ahora
lo que escribo.
Nací entre seis
mujeres y un hombre; un hombre siempre ocupado en ir a buscar el ingreso para
mantener la casa, a mi mamá y a mis cinco hermanas mayores; por lo que hasta
los dos años crecí prácticamente entre mujeres. Después llegó un hermano, que
hasta el año y medio sirvió para medio entretenerse; para entonces yo ya tenía
tres y medio, por lo que seguí conviviendo con ellas. Después de mi hermano hubo
un lapso largo de cuatro años, en que llegó a la casa una hermana más, y a los
seis un segundo Brody. Así que toda mi infancia prácticamente crecí entre
mujeres de diferentes estaturas, temperamentos y sensibilidades.
Creo que mi padre fue
un matemático empírico, porque los nueve hermanos nos llevamos, entre uno y
otro, dos años; y en el lapso en que la entrega de niños se retrasó una cuenta,
a los cuatro, llegaron cuates, de los que sólo sobrevivió mi última hermana;
llegando el score final a seis hermanas más mi madre; y a otros dos hermanos y
un papá que nos quiso mucho.
Con tantas hermanas mi
estado natural hubiera sido ser... como eran ellas; sumando un poco de cada
una, hasta camuflagearme y pasar desapercibido. Pero no, poco a poco fui
haciéndome hombre, gozando de estar y de vivir entre mujeres; es por eso ahora que
las entiendo bien, es por eso que me desconciertan de veras.
Las vi crecer y pasar
de niñas a adolescentes, a jovencitas de secundaria, a chavas de prepa, a
esforzadas estudiantes de uni; las vi de trenzas, de vestidos a Go-go
con peinados de los que hoy llamaríamos “retro”, con tubos con laca y con
fleco; las vi bailar, y yo aprendí a hacerlo con ellas –aunque mal.
Con tantas
adolescentes y damas, mis hermanos y yo tuvimos que acostumbramos a ver todo el
tiempo brasieres y panties colgados en los tendederos, y a ver como se
ajustaban la falda, la blusa, como se ponían rímel, lápiz de labios, como se maquillaban,
como planchaban su ropa y como se ponían bonitas para ir a la prepa, o a ver el
novio.
La consigna entre
ellas era: Si quieres saber cómo te ves... No le preguntes a Paco, pues siempre
dice que te ves Super. Y la verdad es que siempre las veía a todo dar,
aunque usaran ropas modestas.
Después las vi
graduarse, las vi buscar y encontrar trabajo, obtener éxitos, y ayudarme a
solventar mis estudios y los de mis hermanos; luego las vi enamorarse y casarse
ilusionadas para enseguida dejar la casa, volverse madres y esposas no tan
abnegadas. Las vi contentas y felices haciendo una familia, teniendo casa,
comprando un auto económico, ejerciendo su profesión. Las vi felices en los
altares e infelices y tristes en las separaciones.
Las vi volverse
maduras como se madura una manzana en el árbol. Las vi alcanzar estrellas y
estrellarse en el piso y levantarse maltrechas para continuar su camino como si
no hubiera pasado nada. Y también las vi llorar a mares y mentar madres a
gritos.
Las vi, como siempre
vi a mi madre, trabajadoras y echadas pa´delante, las vi educar a sus hijos,
presionarlos para que fueran a la escuela, para que se volvieran hombres,
mujeres de bien, las vi trabajar hasta los cansancios repetidos e irse a dormir
casi siempre tarde para dejar a la mañana siguiente todo listo.
De todas esas
anécdotas, y ahora que recuerdo, al ver a mis hermanas y a mi madre, siempre
miré hacia arriba; primero por pequeño, después, por puro respeto. Es ese mismo
respeto es el que me ha valido cuando trato con chicas donde quiera que me las
encuentro, aunque sean de más de noventa o de menos de cinco.
Con los golpes de la vida
ellas se hicieron más fuertes; y yo, por lo menos me hice persistente. Mi madre
no se quedaba atrás y buscaba el peso extra con el Avon, con el Standhome, el
premio por el mayor número de ventas de la zona.
Luego que ya me sentí
con un trabajo formal y casi terminada la carrera, me separé de mis hermanas y
me fui por mi lado a rentar un departamento mínimo, que era mío, mientras
pagara la renta. Era bastante proletario, sin que suene a implicación alguna,
pero yo sentía que vivía en Las Lomas, donde viven los meros ricos.
Hoy al reflexionar y
al ver cómo se enconan las diferencias, creo que todos los caminos llevan a las
mujeres, de ahí sales y ahí caes; así que después de escasas novias y mínimas
aventuras, me encontré a una mujer con la que hice una casa, no de ladrillo,
sino de sala, mesa y cama; y con el tiempo vinieron los hijos, dos mujeres y un
varón, y siguieron ganando las damas.
Y si a mí hoy me
pidieran cual es la definición de una mujer, no sabría hacerlo con pocas
palabras. Se incrustaron en mí, siempre he estado cerca de ellas, son lo que no
tengo y lo que necesito, son el lenguaje de los signos, son las palabras que
emiten los silencios, son las siempre activas, son la pimienta, la sal de una
casa, de una oficina, del pesero, de la calle. Y si te acomodas y les
encuentras la forma, si te acucharas a ellas, en ellas te sostienes y das la
pelea.
Ellas son el remanso,
el estanque de agua, la noche sin frío, la doctora a la mano, las responsables
de todo.
Ah! Pero no hay que
cansarlas, no hay que abusar de ellas, porque cuando se encabronan, sacan todo
lo acumulado y se vuelven un tren sin frenos, una presa que se desborda.
Es más, no sé porque
escribo todo esto, si para mí, hombres y mujeres son sólo seres humanos (con
algunas diferencias, y quien pretenda enumerarlas y encontrar ventajas y
desventajas, seguramente caerá en apreciaciones imprecisas y falsas), parados
frente a una inmensidad de oportunidades, de limitaciones y de retos, que no
hacen distingo entre un sexo y otro; además, ellas siempre han estado ahí y el
varón no es varón sin mujer, ni el mundo es mundo, sin ellas.
Se acaban las melodías de mi CD. Mozart at Night. No sé dónde lo compré. Es un CD que te transporta al siglo XVIII. Veo a Mozart dirigiendo en un salón, que es bello, porque está lleno de damas.
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En el momento ese...
Qué es el Amor, sino sólo un momento.
El momento ese... En que nos damos
En El Momento Ese...
En el momento ese, en que nos damos.
Se me olvida tu nombre y mi nombre,
mujer
Tú te vuelves flora y yo me vuelvo
fauna.
Te recorro de norte a sur y de lado a
lado.
Trepo por tus enredaderas y me detengo
en la cima de tus dos montañas.
En el momento ese, en que nos damos.
Tú te vuelves luna y yo me torno Sol.
Te persigo según transcurren las horas
hasta que te alcanzo y mi luz te cobija
y mi calor te envuelve.
Y te voy comiendo poco a poco,
de cuarto creciente hasta luna llena.
En el momento ese, en que nos damos.
Tú te vuelves lágrima y yo soy sonrisa.
Y sin darnos cuenta tú te vuelves risa
y yo me vuelvo sal.
Y en ese ciclo de cambios infinitos,
tú te vuelves yo, y yo me vuelvo tú.
Eso pasa mujer…
En el momento ese, en que nos damos.
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