Pesadilla. Creo que perdí mi cel...
Amanecer un buen día atado a un árbol con lianas suaves y
frescas y con los pies descalzos para sentir lo húmedo del pasto. Sentir la
brisa mañanera con no más que un calzón de vuelta y media y una camisa sin
costuras complicadas ni botones. Tener dos o tres libros a la mano, buenos, que
están ahí por casualidad para que te olvides de que existen los periódicos y
las maquinas pequeñas con pantallas a colores que dan la hora y que además de
eso, traen noticias superfluas de lo que acontece en el mundo, del cual tú no
eres el actor, ni siquiera un extra, y que sólo ocupan tu día en divagaciones
que no valen la pena.
Rehuir a estar atrapado, encadenado a ese tronco, pidiendo un
mensaje, una noticia falsa, un tipo de cambio exagerado, o saber de la
inminencia de una masacre; para angustiarte, aunque sea un poco, porque has
vivido dependiendo de eso desde tu adolescencia, y más en estos últimos años.
Pedir auxilio desde esa colina, sin que exista otro ser viviente
en kilómetros a la redonda, por lo que nadie vendrá en tu auxilio, y tú
mendingando un mensaje, aunque no venga dirigido a ti, ya de menos un emoticón
de carita sonriente para que no te sientas solo; y viendo que no te llega nada,
porque te falta tu maquinita electrónica; no tener más alternativa que abrir
esos libros, que son el último recurso, como lo es el agua para el perdido en
el desierto, porque te faltan las letras, las voces, los chismes.
Darse cuenta que ya eres un adicto a ese dispositivo que no se
aleja de la palma de tu mano o de tu mochila o de la bolsa del saco, y que ya
te hace falta un “ping” o un ring, como al cocainómano su polvo blanco, para
ser feliz y para sentirte satisfecho al recibirlo; y más, al darle salida, a
otros que como tú, con ansia, lo esperan.
Encontrar en los libros un lenguaje incomprensible, porque tu
léxico por años se limitó a dos o tres palabras que no sumaron más de doscientas,
y a hablar moviendo las yemas de tus dedos por ese teclado táctil que dijo lo
que tu querías con palabras mínimas, con caricaturas o con sketchs simples de
risas, de brincos de carcajadas de caritas tristes de gatos; algunos estúpidos,
otros casi inteligentes, muchos divertidos.
Aventar el primero hasta casa la fregada y jalarte los cabellos,
desesperado, porque estaba escrito en jeroglíficos; y pues, tú no eres
paleontólogo y no tienes Piedra de Roseta. Seguir con el otro, que ya está más
digerible, y gozar una que otra línea que sí te agradó, que te hizo recordar tu
primer amor, ése que te dejó colgado en una página del internet; terminarlo
para ponerlo a un lado, para meditar si fue así como te enamoraste de un
imposible que no existía, o si fue de otro modo que ya no recuerdas.
Tomar el último, y alegrarte, porque es un compendio gordo de
cuentos para niños, a los que le siguieron algunos para jovencitos y muchachas
y luego los últimos para adultos; y así recuperar muchas de las palabras
olvidadas y sentir que incluso el aire ahora es más fresco, que la hierba es
más verde y que aquello que se vislumbra a lo lejos es el mar, y que a tu
derredor hay vacas que mugen, borregos que balan, perros ladrando, y que más
allá a tus espaldas hay un pequeño poblado de tejas rojas, y que no estás solo.
Prometerte que te desharás de vez en cuando de ese aparatito que
ya se había incrustado en la palma de tu mano, inventándote estrategias de
olvidarlo en el coche, de meterlo en el cajón del mueble de la entrada de la casa,
para que ya libre, te sientes a la mesa a degustar un buen tiempo con la
familia, o a ver en el sofá, entre todos, una peli en la tele; dejarlo en
cualquier lado, sobre todo cuando te bañas o cuando estás en el cuarto más
estrecho de la casa.
Oír de pronto un “Ring” estruendoso que casi te
bota de la cama, que te saca de golpe de tus sueños. Respirar aliviado y ver
que está ahí, justo en la esquina del buró, cargándose, ese aparato que adoras,
que parece tableta de chocolate; tomarlo y repasar lo que hicieron tus amigos
en el “Face” las últimas horas de la noche, luego leer todos
los encabezados de dos o tres periódicos y una que otra columna para estar bien
informado, y hasta darla una pasada a esos Youtubers que tú
admiras, antes de mandar los buenos días las caritas felices los besos a tus
amigos más queridos, a tu familia lejana, a tu amor inconcluso.
Respirar aliviado de esa mala pesadilla, y feliz irte al trabajo
armado con tu revolver electrónico a la mano.
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Términos y Condiciones
Yo te voy a querer
365 días al año
Y cada cuatro, uno más.
Y tú me vas a querer
Algunos días del mes
Siempre y cuando sumen
Más de dieciséis.
Yo te voy a escuchar
Cuando tengas algo que decir
Y cuando no lo tengas,
También.
Yo te voy a enseñar
Lo que tú quieras aprender
Y yo me dejaré aprender
Lo que tú me quieras enseñar.
Yo te voy a acompañar
A andar la vereda, el camino que tú escojas,
sin que diga, esa colina está empinada,
esa playa está demasiado larga
o ese trecho está lleno de espinas.
Tú me vas a acompañar
Cuando puedas, cuando quieras
Cuando te plazca caminar.
Yo dejaré que pasen los años
poco a poco y sin contarlos,
dejando la puerta abierta,
para que cuando tú quieras…
Te puedas...
Escapar
ɷɷɷ …. ϰϰϰ …. ɷɷɷ
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