Mariana

Amanece, los primeros rayos de sol se cuelan por entre las cortinas de mi recámara. Me levanto, abro el cajón de la cómoda y escojo la ropa interior para ese día. ¿Roja?  ¿Por qué no?… Es un color que me agrada, hasta diría que me provoca. Me meto a bañar, me doy mi tiempo, me enjabono, me enjuago; tarareo una canción mientras voy al closet a sacar una falda, la color vino burgundi a tablas, esa que todos dicen que me va muy bien cuando me la pongo, que me veo Super; además combina con la panti y el brasier; luego descuelgo una blusa color marfil que va bien con esa falda, con escote en V y con olanes. Mientras me la pongo, confirmo que no se transparente el bra, la acompaño de un collar de oro de brocado diminuto con un colgante que engarza una perla. Me perfumo. Es viernes… Otra vez viernes. Qué bueno. En parte me alegro porque hoy saldré temprano de la oficina; ayer al salir del trabajo pasé por mi hermana a la estación del ADO, vino del Puerto, y se quedará conmigo una semana. Después del trabajo iremos a cenar y si nos da tiempo al cine, o a bailar si me llaman los amigos del antro. Trato de no hacer ruido al acabar de vestirme para no despertarla, aunque cuando ya casi estoy lista para salir de la recámara se me resbala el bolso haciendo al caer un sonido hueco en parte metálico, despertándola.

─¿Ya te vas?

No, todavía no, pero no te levantes. Nada más me tomo un vaso de leche, me llevo un yogurt y me salgo para no llegar tarde, quiero avanzar pendientes para salir temprano. Nos vemos a las siete como quedamos... ¿Ok?, en el Starbucks de Reforma, no se te olvide.

 Sale, que te vaya bonito Me dice, y se voltea envolviéndose otra vez en las cobijas, abrazando la almohada.

Tomo el vaso de leche, me lavo los dientes de rápido, me pongo las zapatillas y salgo a la calle a esperar un taxi. Por fortuna no había tanto tráfico para ser el último día de trabajo de la semana. Llego 8:45 a la oficina, saludo de paso a las asistentes de recepción y me sigo derecho a mi lugar. Parece que el director llegó hoy temprano, pues al acercarme, sin voltear me pide en voz alta un café: «Como siempre, por favor. Buenos días», lo dice sin hacer pausas y sin dejar de teclear, enfrascado en su computadora, de seguro contestando correos. Aprieto el botón de encendido de la compu en tanto voy a poner el agua caliente. En cuanto está lista, preparo el café en su taza preferida, lo pongo en un plato con dos galletas, y se lo llevo, como a él le gusta, con casi nada de azúcar y solo.

El día transcurre contestando llamadas, confirmando citas, enviando correos, atendiendo visitas. Sin darme cuenta me da la hora de la comida, pasan dos amigas de la oficina contigua y me invitan a unirme para ir a un restaurante cercano; se les nota el ambiente de fiesta, yo presagio que regresarán tarde. Me excuso y me quedo preparando un documento que me dictó el director… bueno, Mario, porque yo le llamo por su nombre cuando nos quedamos solos en la oficina, desde aquella ocasión en que salimos tarde y él se ofreció a llevarme a casa, aunque durante el viaje a iniciativa suya nos detuvimos en un bar a tomar un café, que resultó unas copas. Él se quedó en mi departamento hasta el otro día… Esa historia no volvió a repetirse, ni por su parte, y mucho menos por la mía, pero nos volvió amigos de confianza.

Al regresar de la comida, me apresuro a terminar pendientes, a preparar una lista de invitados para una cena de proveedores el martes de la semana próxima… se va como agua la mayor parte de la tarde, retomo el dictado. Suena el teléfono, lo contesto, y apenas estoy dando la información que me piden cuando suena el del privado, le pido al cliente que me dé un segundo mientras atiendo el teléfono del director. Sólo es para decirme que le urge el escrito y que deje por favor todo lo demás para después. Trato de entender lo que quiso decir Mario en la última parte del dictado, no me queda claro, me apresuro a incluir la fecha, a quien van dirigidas las copias, el atentamente. Aun no lo termino cuando suena el interfón de nuevo. Me dice que le urge, que lo quiere ver como esté. Mando el archivo a la impresora, voy lo recojo y se lo llevo. Se le nota tenso, molesto; dejo el texto impreso sobre su escritorio, él interrumpe lo que estaba haciendo, lo toma, me mira como con molestia; pero no, no lo creo, quizás es mi imaginación; inicia la lectura.  Me dirijo hacia la puerta sin hacer ruido. Cuando estoy por cruzar el umbral, oigo su voz enérgica y seca.

¡Mariana... Esto no fue lo que te pedí! Sólo necesito confirmar con el proveedor que no estoy de acuerdo con el pedido y que me urge una nueva cotización. ¡Revísalo y me lo traes! Me avienta el papel hasta el extremo de su mesa.

No es la primera vez que sucede. Le pasa cuando está tenso, cuando trabaja bajo presión. Aunque después casi siempre pide disculpas, no hay manera de evitar su enojo en el momento. Aprieto los labios, tomo el papel y siento como la sangre se me estanca en la cara. Cierro la puerta de su privado y voy a mi lugar caminando como una autómata, pérdida, como si me estuviera cayendo en un abismo. Afuera ya no hay nadie, es tarde. Me asomo por la puerta de cristal de mi pequeño privado para cerciorarme. Sí, todos se han retirado. Dejo el impreso sobre mi mesa y me dirijo al baño del pasillo, apresurando el paso. Cierro con seguro la puerta, me recargo sobre el lavabo, me llevo las manos a la cara y rompo a llorar inconsolable, con gemidos quedos, como si el mundo se estuviera acabando en ese instante, o como si me hubieran avisado de pronto que ha muerto mi madre; sigo llorando sin poder parar sintiendo un vacío inmenso, un desamparo como si estuviera sola en el mundo y a nadie le importara mi vida. Me vuelvo hacia el espejo para tomar un pañuelo y limpiarme el rímel que de seguro ya se arruinó al restregarme los ojos. Tomo la caja de Klynex de al lado del lavabo y alcanzo a ver la fecha en el calendario de mi reloj de pulsera.

¡Ahhh!! Carajo. Golpeo los puños con fuerza contra mi cadera. Estamos otra vez a veintiocho…

Suelto los brazos, libres; me enjuago las lágrimas, y aspiro poco a poco aire fresco.

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 Paco Me pide mi amiga Marytere, en medio de una plática nocturna. Escribe como mujer, y me plantea una situación como ejemplo. Esa noche el sueño no viene fácil y a ser presa de eternas vueltas en la cama mejor voy y me pongo a imaginar una historia.

¿Cómo saber lo que siente una mujer, y cómo es que lo siente? En sus momentos de gozo, de placer, de alegría, de frustración, de enojo, de desesperación, de soledad, de realización o de triunfo.

Ojalá las letras dijeran más que lo que pueden expresar en el papel, ya que en la vida sólo se tiene una opción. Ser lo que uno nació para ser, o algo simulado, pero no lo otro… no completamente.

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