¿Y qué gano yo porque tú me leas?
Lana, no. Gloria, tampoco. Fama, para nada.
Entonces... ¿Qué gano?
Quizás quitarme esta intranquilidad de quedarme callado y dejar dentro de mi cabeza ideas que, si no las saco, me atormentarán mañana, tarde y noche; ideas que supongo tú también las tienes, pero que a ti sólo te molestan o si al caso te incomodan.
Entonces, si yo me tomo el tiempo de estructurarlas, de llegar a conclusiones, te he ahorrado un tiempo precioso y yo he encontrado una cura para ellas, o al menos un atenuante.
Y así hablo de la alegría, de la felicidad, de la tristeza, del hartazgo y del inconformismo, conmigo, y con lo que pasa en mi sociedad cercana y de lo que pasa en el mundo...
¿Te he ayudado en algo? Creo que sí, porque también me he ayudado a mí mismo. Tanto que por las noches puedo caminar tranquilo por la tarde, a sabiendas que la noche no está asegurada, porque puede ser que ya bajo las sábanas me invada una desazon cañona, porque no entendí cómo se dio este desmadre de gobierno que tenemos, o qué pasó en Venezuela o en Cuba, que los pobladores de esas tierras están tratando de huir de esos lugares para mejorar sus vidas, lo que me da una tristeza inconmesurable, porque su situación la he visto de muy cerca.
Yo no puedo, como otros, decir que no veo ni siento la pobreza de mi gente, económica, social y cultural que tienen, tampoco puedo cerrar los ojos a lo que pasa en el continente y pensar, no me pasa a mí, entonces... ¡Que se chingen!
Pero al no tener los medios, ni el poder ni el dinero pra ayudar a atenuar sus males, sólo me quedan las palabras. Palabras que no cuestan, que no valen, si tú no las consideras y si no resuenan en ti como yo quisiera.
Ahí te las dejo, por si te sirven, por si te hacen falta.
Nota: Hace cinco años y hace tres, fui a Colombia. En mi trayecto de Bogotá a Bucaramanga que está en línea con Venezuela, vi inmensidad de caravanas de Venezolanos, jóvenes y de edad media, camino a Bogotá, para escapar literalmente de Maduro. Y aquí en mi país un estúpido y una camarillad e idiotas trayéndolo para rendirle pleitesía.
Hoy en el restaurante donde trabajo de todo, también trabajan varios cubanos; y puedo ver en ellos sus ojos de esperanza. Literalmente escaparon de la isla y ahora están mucho mejor, pero dejaron atrás querencias y familia. De vez en cuando, si no es que a diario, los ataca, implacable, la nostalgia. Y, otra vez, nuestros gobernantes, hace pocos años, trajeron a su "presidente" para elogiarlo y darle la mano.
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