Respuesta a Poema 14 de Pablo Neruda

Respuesta a Poema 14 de Pablo Neruda

La primavera hace a los cerezos,

lo que tú a mi corazón de escarcha.

Me floreces, me creces, me maduras,

me olvidas y me matas.

 

Yo aún te amo. ¿Lo sabes, o lo adivinas?

Fresa silvestre eres y ortiga que lastima.

Mujer de los ojos de gata, entre más lejos, más falta

le haces a la ventana de mi cuarto y a mis tontas sábanas.

 

Para leer a Neruda te quiero.

Para hacerlo despacito mirándote a los ojos.

Para decir Abeja blanca zumbas y para escribir los versos

más tristes esta noche y los de mañana al despuntar el alba.

 

Cuando ya todos se hayan ido,

para cuando ya haya tirado mis tristes redes al olvido,

a mi lado es adonde te quiero y adonde más te necesito.

Como balsa que llega sola al atracadero

aún estás a tiempo de hacerlo.

 

Capitán de velero de escasos mares y playas,

como náufragos que todavía no han perdido su barca,

el mundo nos espera allende el anillo de esta bahía.

Del otro lado del océano está el paraíso.

 

Tendrías que estar presta para levar anclas

e iniciar una nueva travesía conmigo.

Mujer de cuerpo de nácar, de sal y de arena blanca.

Yo te amo, así. Así simplemente te amo.

 

Me acostumbré a ti, a ti y a la forma en que te acercas.

Sin decir palabra, sin hacer ruido y sin darme cuenta.

De qué sirve un valle lleno de rosas si a mí me gustan los geranios.

Los geranios silvestres y también las madreselvas.

 

Nos estorba la ropa cuando estamos solos.

Somos tú y yo, cuando nuestra piel se toca.

Cuando nos apoderamos poco a poco del universo.

Entonces la mar se calma y el viento mengua.

Vamos a adivinarnos otra vez, como cuando éramos jóvenes.

 

Yo también quiero hacer contigo.

Lo que la primavera hace a los cerezos.

 

                  José F. Viveros

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Poema 14

             Pablo Neruda

Juegas todos los días con la luz del universo.

Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.

Eres más que esta blanca cabecita que aprieto

como un racimo entre mis manos cada día.

 

A nadie te pareces desde que yo te amo.

Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.

¿Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur?

Ah, déjame recordarte como eras entonces cuando aún no existías.

 

De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.

El cielo es una red cuajada de peces sombríos.

Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.

Se desviste la lluvia.

 

Pasan huyendo los pájaros.

El viento. El viento.

Yo solo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.

El temporal arremolina hojas oscuras.

Y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.

 

Tú estás aquí. Ah, tú no huyes.

Tú me responderás hasta el último grito.

Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.

Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.

 

Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas,

y tienes hasta los senos perfumados.

Mientras el viento triste galopa matando mariposas

yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.

 

Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí,

a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.

Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos

y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos gigantes.

 

Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.

Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.

Hasta te creo dueña del universo.

Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,

avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.

 

Quiero hacer contigo

lo que la primavera hace con los cerezos.

  

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