Il Mio De Profundis. Parte II

Comprende que el gozo y el placer es un derecho ‒sea legal y abierto, o por alguna circunstancia vedado o escondido‒; que el cuerpo no cobra regalías, ni se desgasta; a menos que se convierta en una perversión o en una manía; pero si eso fuera, uno ya estaría en un manicomio blanco y pulcro con una camisa de fuerza de vuelta y vuelta, o en una celda oscura, diminuta y fría. Y eso, creo, todavía... no pasa. Incluso hace bien, es benéfico. El ánimo se anima, el cuerpo reflorece y el alma se aquieta, y no tiene pertenencia ni es exclusivo. Por lo que una persona ajena no tiene todos los derechos por mil documentos que hayas firmado, o por el simple hecho de dormir en el otro lado de la cama. Y no por eso tendrías que atenerte a sus tiempos, a sus gustos y a sus formas; que hacerlo así, sería coartar tu libertad, tu libre albedrío, e imponerte límites que te transformen.

Tampoco por la urgencia de placer o por la falta de dinero, debes convertirte en un chico o chica fácil, en un tipo de “Escort” o de caballero o dama de compañía. Porque el cuerpo es de uno, es puro y hay que cuidarlo. Si hay que compartirlo, que sea con quien lo cuide y lo valore; porque si hay amor, amistad o cariño, y respeto, se puede llegar a acuerdos buenos.

No te arrepientas de gozar el placer al máximo, como debe ser, y de disfrutarlo, sin hacer propaganda ni alarde de lo que ocurra entre cuatro paredes o en la cama, que la intimidad, la pasión y la ternura ‒como se ejerzan‒ pertenece sólo a quienes de ella participan, y hasta ahí se quedan. Y si es prohibido o no permitido –que también pasa–, se deben aquilatar todos los ángulos; que la vida te pone problemas, y para qué aumentarlos; entendiendo además que el placer, el erotismo y la lujuria, si se controlan traen cosas buenas; pero cuando se desatan y se dejan sin control ni guía, afectan el carácter, la salud mental, el alma, y el estigma queda.

Además, el placer... No es sólo sexo. Y para llegar a él, hay muchas puertas. La peor es la directa; y la mejor, es la de la intimidad, la cual se puede ejercer en todos lados, y es la forma más simple de la felicidad, y por lo general no cuesta. Donde intimidad no significa precisamente un beso apasionado. Basta una mirada, un caminar al lado, un apretar tenue de manos, un mensaje sorpresa, una mirada directa; sin que atosiguen, cansen, sin que molesten.

Intimidad es lo que a muchos nos hace falta: buena, limpia y sincera. Desafortunadamente no se da con cualquiera, ni cualquiera tiene la paciencia, la gracia, el cariño para alcanzarla. Pero una vez que se alcanza y se mantiene... Todo se puede: Amor, pasión, ternura, calma. Todo adquiere un sabor especial y único, divino. Se vuelve un solo que bien justifica la vida y el transcurrir de los días.

Aprecia el tiempo de quien de manera desinteresada lo comparte contigo para pasar en su compañía momentos de tranquilidad, de reflexión, de risas, de tristeza, o de alegría. Encuentra paz en su compañía. Una calma chicha que no exige y que no presiona. Deja que ésta se solace, que tome su tiempo, sabiendo que la felicidad está asegurada.

Ten presente que al amor no se le encuentra fácil, sino hay que ir a buscarlo; sin perder tiempo, pero sin apresurarse. Para, al identificarlo, proponer y arriesgar hasta alcanzarlo, teniendo que pasar por resbalones, penurias y tropiezos, y aferrarte entonces fuerte a él, porque nada asegura su estadía; pues siempre soplan vientos fuertes y es difícil lograr que un huracán no se lo lleve.

Comprende que amor no es el deseo de poseer a otro, a su alma, a su cuerpo, de saberlo tuyo; porque la dependencia y la pertenencia no es amor, ni se le parece.

Ama sin llamar al amor por su nombre, porque no es necesario ni hace falta. Porque el amor, como la indiferencia, o como el odio, sin palabras se perciben.

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