¿No deberías estar... escribiendo?

Porque tú deberías estar escribiendo. ¿Qué...? ¿Qué importa? Cualquier cosa. Porque para eso estudiaste a los literatos más picudos y más locos, aquellos que escribían con sudor y sangre… Claro, sin dejar de estar cuerdos.

Deberías estar escribiendo, porque tú como ellos, también fuiste a la guerra de los desgarramientos y de las pérdidas; y para tu fortuna, todas las perdiste. Porque los éxitos, las cuentas en el banco, un Masserati, un penthouse en Miami, un yate a todo dar en una bahía restringida a superstars y archimillonarios, así como una vida regalada, no sirven para escribir.

¡Ah! Pero esas pérdidas no te mataron, pero tampoco te hicieron más fuerte. Quizás, más humilde y sensitivo; tanto, que te diste cuenta que cada ser humano debe ser tratado como una pieza de cristal delicada, porque a veces sin querer se raya y se rompe. Entonces, ya nada cuenta; ya no es posible pulirla o pegarla, aunque trates con el abrasivo más fino o con el pegamento más caro y lo hagas con sumo cuidado; y aunque ruegues e implores, lo único que podrás probar es que otra vez has perdido una oportunidad preciosa de probar que lo que tú creiste, que tus leyes también aplican a los otros; y que el perdón siempre existe, porque cada quien tiene las propias y el perdón cada quien lo aplica a su ver y entender; y porque de nada vale que tú sí hayas perdonado u olvidado; no una, sino infinitas veces, tantas que ahora estás hecho de remiendos que creíste que habían pegado perfectamente.

¡Ah! Maldición. Tarde, te das cuenta que faltaron algunas piezas minúsculas y que si uno se fija de cerca, quedaron varios huecos visibles. Pero eso a ti no te importa, porque al fin de cuentas, es mejor seguir viviendo con remiendos que vivir con pedazos faltantes de hígado, de estómago, de corazón, y que vayas arrastrando recuerdos que todavía te duelan.

Porque ahora ya te quedó claro que la que perdona es el alma. Olvídate del cuerpo... Todos tienen uno, y el cuerpo no siente. La que siente es el alma y el alma sacude y madrea al cuerpo, lo acongoja y lo exprime. Así que sólo debes preocuparte por tu alma, que el cuerpo se cuida solo. Y si no te perdonan, es porque el alma de él o de ella, simplemente no quiere, y de poco valdrá que regreses a implorar después de días, de meses o de años, o de que lo hagas repetidamente; porque el alma no olvida y siempre recuerda, y cuando dice: ¡Te jodes!... Pues, te jodes.

Así que mejor dedícate a cuidar a tu alma, porque ahí encontrarás a tu Dios, el Dios que te conviene y el que te acomoda. Un dios personalizado, sin mayúscula, el que atiende tus necesidades y el que se mece en la hamaca cuando no lo llamas. Es el dios en quien tu confías, un dios chiquito y limitado. Él no hizo el universo, ni siquiera el sol que ilumina todos tus días; pero es tuyo y no necesitas compartirlo con nadie. Y ese dios es el que te ayuda para salir de tantos descalabros, porque tú necesitas una compañía; y por eso te avientas como "El Borras", cada vez que ves una pequeña lucecita, sólo porque te contestaron el saludo y te dijeron "Hola", para rebotar una enésima vez con pared dura.

Así que, mejor escribe; porque si no lo haces te da por pensar ideas disparatadas que sólo a ti te hacen sentido. Hazlo antes de que la locura te atrape y los vecinos llamen al loquero y entonces sí que estarás perdido.


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