Análisis de un idiota

Vea Usted pues, que no cualquiera... Es un idiota. Porque serlo requiere su estudio y su ciencia. Primero hay que ser testarudo y negarse a cualquier aprendizaje, también hay que rechazar lo que dicta el sentido común, la ciencia o “La voz de la experiencia”, porque sólo es válida la propia; aunque siempre se repita y haga lo que uno le dicta. Además, para serlo hay que ser firme y serio con convicción propia, sin hacer caso de consejos y recomendaciones; eso sí, sabiendo darle la vuelta a todos, para que se vayan satisfechos creyendo que usted hará lo que le han aconsejado, y no otra “Pendejada”, como también, a veces, acostumbra; porque bien sabe que no es lo mismo, ya que ésas, se hacen sin darse cuenta y requieren cierta ignorancia. Las estupideces, al contrario, merecen un raciocinio —mínimo—, pero lo requieren; porque una vez que se hacen, ya no hay marcha atrás. Sus decisiones ya tuvieron consecuencias. Eso sí, recuerde que para cubrir el requisito de ser consideradas como idioteces, se requiere cumplir con dos principios. Uno que la hagan mal a alguien, o a muchos (que es mucho mejor); y dos, que le hagan mal a usted. ¡Ah! Pero si el mal es lo que le acomoda y se le resbala como miel en hot cakes recién salidos de la estufa; entonces sígalas haciendo, que si usted es “Jefe”, o tiene el puesto más alto en el gobierno o en una empresa, ya la hizo; y los que están abajo, pues les aplica la mismísima Ley de Herodes, “O se chingan, o se joden”, que al fin y al cabo es lo mismo.

También no olvide que para ser estúpido hay que ser constante; y hacer estupideces inesperadas por los otros; porque si no lo fueran, no tendrían sorpresa y los demás pudieran tomar sus providencias.

¿No es pues el idiota como un loco que reacciona de manera espontánea? ¡Aja! Pero se diferencia de los locos, porque los locos hacen maldades inofensivas que hasta los divierten; y usted las hace con cierta inteligencia y las piensa; y si el efecto en los demás es desastroso, se vale mostrar un modesto regocijo y placer, y hasta —¿Por qué no?—, un carcajada socarrona si hizo chuza y tiró al suelo a todos a quienes dedicó esa tirada de bolos con chanfle; porque si las idioteces no tuvieran ese ingrediente maloso… ¿Entonces Usted se preguntaría, para qué hacerlas?

Y mire que ser idiota no está tan mal, sobre todo si usted ejerce un puesto digno, apadrinado por alguien que es más idiota, y si en tamaña tarea le acompañan otros que son un poco más o un poco menos que usted de idiota; pues ya la hizo, porque habrá premios, recompensas y aplausos asegurados.

Recuerde que en estos tiempos, ser idiota no es un acto de vergüenza o de oprobio, sino de reconocimiento y orgullo; que los separan de los que se dicen que piensan, que son inteligentes; porque no hay más inteligencia e intelligentsia​ que las de su grupo, y los demás no son más que unos retrogradas que creen que en un descuido, soltarán las riendas, como si fuera un pase de pelota.

Así que ahí sígale dando duro a tan encomiable tarea, que ya la historia, con cada idiotez que se le ocurra, le aumentará un peldaño más a su estatua y le reservará una mención en los libros de texto de primaria, para que los nuevos párvulos aprendan que ser idiota tiene su honor y su mérito, porque no cualquier idiota llega hasta la posición que usted con tanto orgullo, ostenta.

Sólo le recomendaría que no se confíe, porque en una de esas, los demás se juntan, se organizan y le arman la revuelta; y entonces usted y los otros, se irán a no le digo dónde, que queda, allacito, dando la vuelta.

 

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