Una linda historia



Escribir una historia linda, linda, linda, casi cursi, para que tus lectores digan: “¡Ah! Paco ha regresado finalmente a sus cabales”.
Imaginar que el mundo es azul y rosa y describir con palabras un cuadro precioso con una pradera en tonalidades verde, cubierta de pasto y de yerbitas con cedros y abedules y con brotes aquí y allá de rosales y tulipanes. Al centro de ese cuadro de tranquilidad y calma –bajo unas nubes blancas y un cielo azul puro–, dibujar a detalle una casita rústica, encalada, no pobre; rodeada de vaquillas, de gallinas con su gallo y sus pollitos y de una manada apacible de borregos; con un tejado rojo y con dos ventanas diminutas y coquetas, y con un gato en una de ellas; una casita como las que viste en las caricaturas de Heidi, la niña de las montañas.
Saber que tú vives en esa casa, que es la tuya, y que eres un leñador letrado a quien le encanta sentarse a leer a un lado de su chimenea con un café a la mano, y con un perro pinto echado a un lado de su silla; luego satisfecho de saborear tantas palabras nuevas con sus amarres y abrazos entre ellas, verte por la noche en medio de la feria de tu pueblo, con avioncitos maltrechos de lámina y madera que vuelan en círculos a escasas medidas del suelo; pero sentir que circundan el Everest y que tú, niño, eres un modesto Jules Verne en un imaginario Viaje de la Tierra a la Luna. Subirte después a la rueda de la fortuna, que no es The Fortune Wheel, esa de Las Vegas, sino una de armazones de fierro que te eleva sólo unos cuantos metros sobre la plaza, para divisar a lo lejos las últimas casitas del camino zigzagueante de terracería que conecta a tu pueblo con la carretera; y sentir, allá arriba, con el aire fresco, que todo ese ambiente está lleno de paz, de amor, y de armonía.
Ver como toda la gente es buena. El abuelo con el nieto en sus hombros, el pregonero de los algodones rosas, el pajarero que te lee la buena suerte que extrae su canario de una diminuta caja, la pareja que se da de besos de piquito cerca del juego de aros; el papá, la mamá, la hija que caminan tomados de la mano.
Respirar esa paz de pueblo mientras te topas con gente sencilla y noble, que –aunque algunos ya van borrachos camino de regreso a sus moradas–, te dan las buenas noches y se despiden tocándose la punta del sombrero o de la gorra.
Ver que todo está en paz, tú, ellos, el mundo. Desear que todo siga así, sin que nadie te moleste, sin que tú molestes a los otros; sino más bien ocupado en tratar de ayudarlos, de ver en qué les eres útil.
Ver que hay igualdad entre mujeres y hombres, como si nunca hubiera existido lo contrario, que las relaciones entre unos y otros son para convivir llanamente en buenos términos, aprovechando las particularidades de cada uno, y reconocer que la única diferencia que existe es en cómo se mueven dentro de la cabeza las neuronas y cómo por fuera afloran la sensibilidad y los sentimientos; y que esas diferencias estriban en el toque, en el tacto, en el esfuerzo, en el empeño, en la voluntad, en la persistencia, en la osadía; y que todo eso es indistinto de si se es varón o si se es del sexo femenino.
Y ya que el mundo es igual para todas, para todos. Reconocer que lo único que te pertenece en este momento, lo único que es realmente tuyo, es ese pedacito de tierra, de asfalto o de concreto, sobre el que estás pisando, sobre el que haces sombra; ese minúsculo pedazo de tierra es tuyo y tuyo es cuando caminas, porque nadie te puede quitar de él; y también es tuyo ese aire que respiras.
Ser feliz con esas pocas pertenencias, porque son las que posees siempre... ¡Ah! Y la capacidad de pensar, de actuar, de ser feliz o desgraciado en un momento, en un día, en un segundo; porque así lo has decidido, porque la felicidad o la infelicidad nadie la impone. Darte cuenta que si con eso no eres feliz, entonces no serás feliz con nada.
Sentirte libre y correr por esa llanura y apropiarte del arroyo, del canto de los pájaros, del sonido y de la humedad de las gotas de la lluvia, de la tormenta, del relámpago, del ruidito de los grillos; porque todo en lo que a ti concierne es tuyo y para eso no necesitas títulos de propiedad, contratos de compraventa o trueques amañados.
Y si eso no te queda claro y no lo disfrutas; entonces angústiate y preocúpate en lo que te plazca, en lo que te dé la gana, que el tiempo dura  e-xac-ta-men-te  lo mismo, para todos.


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De esos poemas cortos escritos en las bardas, quizás ya han leído que la iniciativa fue de Armando Alanís Pulido, un poeta regiomontano, quien desde 1996 le dio forma a Acción Poética, escribiendo varios poemas propios en algunas bardas de Monterrey; y que esa Acción se ha replicado hoy día en muchas ciudades y pueblos de México y en más de cuarenta países en todo el mundo.
Yo me topé con algunos textos padrísimos en Bacalar, lugar que recomiendo ir si quieren disfrutar de unas vacaciones con paz y calma. Ahí me fui a trotar por todo el circuito que bordea una parte de la laguna y que pasa por el Cenote Negro. En Bacalar el contacto con la naturaleza es harto agradable y la gente del lugar es buena, buena.
¡Ah! Pero háganlo rápido, antes que la publicidad que le han metido los gringos termine con ese paraíso, o lo vuelva inalcanzable $$$.

Van pues otros mini-poemas de esos que escribí por esas frases incendiarias (en cursivas) que me encontré en el Internet al buscar imágenes de Acción Poética.
Al final adjunto uno más que escribí por estos días. A mí, todos me encantan, y me parece que para ser feliz hay que estar enamorado todo el tiempo... De la vida, de tu amigo, de tu amiga, de tu perro, de tu árbol, o de lo que quieran. Y si se notan, perciben, tienen la sospecha de que ese amor ya se perdió, de que ya perdió color y textura con el tiempo; entonces, consideren... Reinventarlo.


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El amor anda suelto por las calles

El amor anda suelto por las calles
cuando tú abres tu puerta

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Me quedas mejor que mi suéter favorito

Me quedas mejor
Que mi trusa dominguera
Que mi camisa a cuadros
Que mi pantalón de mezclilla.

Me quedas.
En verdad. Me quedas.

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Sos un lento asesinato de ternura

Eres un despiadado asesinato de ternura
Tu lengua es una daga que entierras en mi cuerpo
Tus pechos son espadas que atormentan mis sentidos
Tu sexo es la estocada final de esta agonía
donde lento, agonizo y me desangro
entre tus piernas, tus labios y tus brazos.

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Tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos

A tu espalda le gusta que la recorran mis ojos
Y a tus ojos les encanta recorrer toda mi piel
¡A traviesos! Juguetones, ambos, se divierten como niños
En sube y baja, en columpios, es resbaladillas
Y se divierten sin malicia
Retozando

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Tengo un sueño clandestino para ti

Tengo sueños clandestinos contigo.
A decir verdad, son los únicos que tengo.

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Cayéndome en pedazos por vos

Cayéndome en pedazos por tu culpa
Voy arrastrando mi cuerpo
Con el corazón flojo
Con las rodillas temblando

Se ve, se nota
Que te he
perdido

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No dejes para mañana los besos que puedes dar hoy

Besos que no se dan. No se acumulan

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Yo me maté en esa curva
(dije señalando su sonrisa)

Yo me maté en esas curvas…
Dije señalando tu cadera.
Es el único accidente fatal
Del cual aún sigo vivo.

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Termina segunda parte de Poemas Copiados



Vámonos Re...
Vámonos redescubriendo
Por la mañana y por la noche
Como si tú no fueras tú
Como si yo no fuera yo

Vamos a preguntarnos nuestros nombres
Y a contarnos otra vez nuestros hábitos y manías
Como si los desconociéramos por completo
Como si nunca antes te hubiera visto
Como si fuera, yo, alguien nuevo.

Vamos a llamarnos por teléfono al caer la tarde
Como se llama a un amigo, a una amiga, recién adquirida.
Vamos a mandarnos un mensaje para preguntarnos
¿Cómo estás? ¿Adónde fuiste? ¿Cómo fue tu día?
Como si ignoráramos que más tarde nos veremos.

Vámonos redescubriendo
Como si no nos conociéramos
Como si fuéramos el desconocido
la desconocida que de pronto
Nos dice buenos días
al cruzar la calle.



José F. Viveros.  17 de enero de 2020



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