In Memoriam. Para Alfredo

 Tendría unos dieciséis años cuando conocí a Alfredo. En ese entonces yo era una bala en cálculo integral; cursaba el segundo y último año de prepa en el área de físico-matemáticas, en la Número Uno de Cuernavaca.

Por la tarde, allá en Jojutla, enfrascado en resolver una ecuación rete complicada, llegó Alfredo acompañando a Erik, el novio de esos ayeres de mi hermana Rebeca.

Bajito de estatura se acercó a mi mesa y al verme metido en tan sesuda tarea, me preguntó qué estaba haciendo. Yo volteé a verlo, y, vanidoso, le expliqué las partes de mi ecuación y la dificultad que ésta tenía para resolverla.

¡Qué me puede enseñar a mí este chaparrito! Me dije, mientras él veía mi cuaderno. En una mirada analizó mi ecuación, tomó mi lápiz y se dispuso a resolver la incógnita. En un minuto la resolvió. Yo le pregunté cómo es que sabía tanto. Él me contestó que estudiaba en la Facultad de Ingeniería en la UNAM. Se volvió mi ídolo, porque Erik también estudiaba en la misma escuela, y tenía entendido que eran muy brillantes.

Con los años nos hicimos vecinos allá por Copilco el Alto. El depa donde yo vivía con Martha y Rebeca, dos de mis hermanas, y con mi hermano Nacho, estaba un piso más arriba que el que él compartía con dos compañeros míos y con Tavo, su hermano; los tres, como yo, estudiantes de la Facultad de Ingeniería. Nuestros depas colindaban con la barda de Veterinaria, así que la facultad nos quedaba a tiro de pájaro.

Por la edad conviví más con Tavo, pero siempre Alfredo fue una luz, una guía para seguir estudiando en CU, para volverme ingeniero; y yo hubiera sido uno excelente; aunque no soy malo, no recuerdo cuándo me dio por la bohemia, aunque sin chelas.

Con el tiempo nos seguimos frecuentando hasta que coincidimos en la poesía. Él declamaba las clásicas, yo inventaba las mías, y de aquel periodo de diez años en que escribí estos correos, que entonces se llamaban Saludos Amigos Todos, él respondía con comentarios acertados y graciosos; luego vino a las tres o cuatro reuniones de poesía y canciones que organicé en la casa, en el restaurante de Keiko, a declamar poemas con acompañamiento de maracas y guitarras.

Recuerdo que hace unos años, escribí un correo sentido de cuando Ilhui se fue de este mundo, su hijo de dieciocho años; luego lo acompañé a él y a Amali, su hija, para despedir a su exesposa.

Hace poco, con José Zavala, fuimos a comer los tres a un buen restaurante por aquí en Iztapalapa, y quedé de pasar a verlo con Marilú, su actual compañera, a su departamento cerca de mi trabajo; lo que cumplí con gusto hace como quince días. Él con su voz tranquila, como siempre. Me preguntó: ¿Paco qué otro poema has escrito últimamente? Y conversamos de cómo iba todo, mientras orgulloso le pedía a Amalinalli que pusiera un video de tal o cual concierto en que ella tocaba el arpa, y terminado ese, le pedía otro.

Hoy, este correo ya no leerá Alfredo. Desde enero ya no está. Hoy como ingeniero, como poeta, me quito el sombrero. No sé dónde, no sé cómo, pero sé que algún día, otra vez nos reuniremos. Yo diré mi Poema Perro, mi Poema Gato, y Alfredo declamará ese de Los Motivos del Lobo, o el de Nocturno a Rosario.

 

El poema que escribí hoy, es aquel que Alfredo hubiera querido escribir para Marilú, quien lo cuidó todos estos últimos años.

 

 

Yo Quería

Yo quería

Seguir viviendo

Para ti

Sólo para ti.

 

Pero el destino

Me jugó una trastada

Y los días se hicieron largos

Y las noches se volvieron infinitas

Pero ambos fueron contados.

 

Yo tenía planes

Para seguir contigo

Por las noches

Por las mañanas

Por las tardes.

 

Quería compartir contigo

Todos los días hasta que nuestros pasos

Se volvieran cortos y hasta que

un bastón nos acompañara.

 

Pero mira

Que no pudo ser así.

Porque el destino

Me jugó una trastada.

 

Ni me quejo

Ni lo siento

La vida es así

Y así hay que gozarla

Hasta que se acaba.

 

In Memoriam para Alfredo

 

José F. Viveros.  7 de enero de 2020

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