Desde la tierra de Pablo Escobar

Mujeres de piernas largas, pelo negro y cuerpo escultural. Hoy escribo desde la tierra de Pablo Escobar. Sí, Colombia también es la tierra de García Márquez, pero él ya no necesita una notoriedad más; él, con sus libros ya describió una buena parte de lo que es este país verde, de ríos, de gente pacífica y buena.

Colombia es un país enorme de montañas, de playas maravillosas, y de gente que ofende con su cordialidad.

Yo me instalo en la casa de hija la mayor. Un colombiano se la robó de España y se la trajo a esta capital que colinda con las montañas, ciudad de lluvia y de frío, llena de edificios de fachadas de ladrillo, de calles empedradas y de parques por aquí y por allá.

Bogotá es bonita en parte. El centro se parece al de mi ciudad, aquí también reina el grafiti, la venta de chácharas, de frutas tropicales, de negocios informales, de gente que te quiere estafar. Colombia está cerca de Dios con sus cientos o miles de iglesias, de vírgenes; pero también de Venezuela. Escribiendo estás líneas escucho por la ventana el plañir de un nacional de ese país que grita que no tiene trabajo y que tiene hambre. Una escena cotidiana que se ha dado ya por varios meses, o quizás por más de dos años; y en todos los colombianos existe la esperanza que el país de al lado mejoren las condiciones de vida, porque ya no pueden ayudar más.

En Bogotá hay también muchos barrios lindos y limpios, con restaurantes excelentes, y por supuesto con café aromático y exquisito. Pocos países he visto donde la gente esté tan orgullosa de su tierra como aquí en Colombia, la celan, la defienden, la idolatran, la justifican, la respetan, y sin que lo digan, todos piensan que como Colombia, no hay dos.

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