Uno no es más, que su simple calavera
Hoy después
de terminar el trabajo en la oficina, al llegar a mi casa y servirme un buen shot
de tequila, mientras me preparaba para irme a bailar a uno de esos sociales de
disfraces, me puse a pensar que cada persona no es más que, lo que es... Su esqueleto,
su calavera.
Y en
sesuda reflexión me puse a comparar hombres con mujeres, millonarios con gente
que vive en la miseria; ancianos pasivos con niños latosos y malcriados; chicas
altas, de buena estatura con chaparritas; latinos chinos con asiáticos lacios,
güeros con morenos o con otros un poquito más oscuros; guapos (como yo) con
feos y malencarados, mafiosos con gentes que le tiran a beatos.
Y
asumiendo que no soy un científico versado en el cuerpo humano ni un osteólogo
o un huesero renombrado, llegué a corroborar esta sentencia rotunda y
concluyente:
Uno.
No es más, que lo que es, su simple esqueleto, su mera calavera.
Entonces,
cuando veo a la mujer más bella y la más perfecta de medidas; al hombre más guapo,
fornido y atractivo; al gordo más gordo y altanero; a la flaca más flaca, pero
con clase; al santo más puro con o sin aureola; al virtuoso más excelso y
despeinado; al malvado más malo de la tierra; o al sabio más sabiondo y creído;
al gobernante que se cree Dios o a ese ser humano que siempre te tiende la mano.
Para
simplificar, no la veo, lo veo, los veo, como todos los miran por su parte de
afuera. Yo los percibo como son en su descarnada armazón ósea, en su simple esqueleto.
Así
veo al Doctor más pintado, ése que tiene una pared repleta de grados de
estudios acá y en el extranjero. Yo al oírlo hablar, al observarlo, sólo veo su
calaca, su triste y desnutrido esqueleto y su descarnada calavera.
Me
pasa lo mismo con el presidiario a rayas, con el científico locuaz, con el
chamaco vivaracho, con el lavacoches de la esquina, con el chavo destrampado,
con la niña de la casa que hace Y griega en la esquina, y con mi amiga Karina —que
por cierto en lo externo (y en lo interno)— es muy bonita.
Sin
ser un especialista —como ya lo dije—, en medidas de huesos, en grados de porosidad,
en capacidades de cajas torácicas, en estreses y resistencias de fémures, en lo
ovalado o bien construido de un cráneo, en la fuerza y forma de una simétrica
quijada, en lo perfecto, bonito y alineado de sus dientes descarnados. Yo por
todas partes veo; sin ropas, sin músculos, sin pectorales ostentosos, sin
buenas pompas, sin silicones, sin grasas...
Calacas, esqueletos, verdaderas calaveras.
Calacas
por doquier. Viles y flacas calacas. Calacas sentadas en elegantes
restaurantes, otras esperando el autobús o colgadas del pesero; calacas caminando
por los parques, bebiendo en tabernas semioscuras, besándose; calacas acostadas
en camas de hospital esperando a que la muerte arribe, u otras ya camino al
cementerio.
Unas
calacas más altas, otras más anchas, más bien hechas; algunas casi perfectas, unas
deformes, algunas pálidas, otras muy gastadas. Calacas, esqueletos, calaveras.
Calacas
huesudas, sin razas, sin distinciones, sin riquezas, sin idiomas, sin clases
sociales, sin colores.
En
este mundo de calacas vivo, y en él me desenvuelvo; y a decir verdad... Hasta
creo que me agrada.
Entonces,
abrimos bien nuestras cuencas vacías y presurosos, presurosas, corremos a
ponernos nuestros órganos, el corazón, el cerebro, los intestinos; luego la
bisutería de la carne, nuestros músculos queridos, los implantes que nos hacen
vernos más deseables; los ojos, orejas, uñas, pelo, cejas.
Ya
completos, bien armados, sentimos una profunda pena y con apenas dos brazos y
dos palmas tratamos de cubrir nuestras partes íntimas. Para luego, desesperados, como si sintiéramos
que de verdad nos hacen falta, vamos por los trajes sastre, por nuestras galas
de “Zara”, de “Fruit of the Loom”, por los utensilios de “Armani´s”,
de “Luis Vuillon”, por las joyas y relojes caros, por los perfumes “Chaneles”
del número que sea; y por todo lo que nuestra condición social nos permita.
Con
ellos, nos vuelven las clases sociales, las discriminaciones, los orgullos, las
prepotencias y volvemos a ser... Los mismos, de antes.
Cada
persona no es más que, lo que es... Su simple esqueleto, su calavera.
¿A qué Huele La Muerte?
El cadáver de mi cuerpo
huele a olvido tuyo.
Putrefacto, pestilente,
de una muerte de meses
que sólo otros desahuciados
de amor perciben.
Zombi. Ser de ultratumba.
Es en lo que me han convertido
tus desprecios.
Morir Repetidamente
Con las mismas palabras
del Poeta Germán Dehesa.
De todas…
Prefiero la muerte por Pasión.
Es la más dulce, la más corta...
Y la más... Sorpresiva.
En el transcurso de la vida,
no morimos una sola vez.
Cientos: De hastío, de náusea,
de miedo, de impaciencia, de rabia,
de ansiedad, de amor y de pasión.
Con tantas muertes, tenemos que
urdir otras tantas maneras de renacer:
De ilusión, de sueños, de esperanza,
de fe, de caridad, de confianza, de amor.
Y otras tantas más… otra vez, de pasión.
Para esas pócimas de resurrección,
para las muertes por el acto del amor
no se requieren ingredientes complicados:
están al alcance de cualquier mano extendida
y de la voluntad de dos cuerpos desnudos.
Se encuentran
en el friccionar previo al clímax,
en el rastro de luz que se genera,
en el susurro de palabras dichas al oído,
en lo tibio de sábanas compartidas.
Se van mezclando poco a poco.
Se agregan minutos, alientos y sudores.
Hasta que logran que esos cuerpos inertes:
muevan un músculo, se estiren, abran los ojos,
les regresen los colores, les nazcan las palabras,
el tacto, y de nuevo se acaricien.
Eso hace la luz del amanecer.
Y por ella sabemos que estamos vivos…
Otra vez.
¿Quién No Le Teme a La Muerte?
¿De qué color, es el color de la muerte?
De rosa, al morir en la cama plácidamente.
Rojo, en un car crash o accidente.
Color cielo, al estallar un avión.
De azul blue triste, por hambre
De blanco, si uno de frío se murió.
O negro, asesinado en un obscuro callejón.
Incoloro, por suicidio voluntario
(Prematuro me imagino).
Dime tú, muerto, fallecido el día de hoy.
¿De qué color fue el color de tu muerte?
…. ∞... ɷɷ …. ϰϰϰ …. ɷɷ... ∞ ….
Hombre que vive solo...
Que se prepare para la hora de su muerte.
…. ∞... ɷɷ …. ϰϰϰ …. ɷɷ... ∞ ….
Ayer cuando te besaba
imaginé que eras la noche.
Te le pareces tanto
con tus largos silencios.
Ayer cuando te besaba
imaginé que eras la muerte.
Te le pareces tanto
con tus labios fríos.
…. ∞... ɷɷ …. ϰϰϰ …. ɷɷ... ∞ ….
Casi imperceptible,
llega el sueño de la muerte.
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